admin – Granizo https://granizo.uy Fri, 17 Sep 2021 10:27:21 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7 https://granizo.uy/wp-content/uploads/2021/02/cropped-35479380_2119724648259311_9137196494472871936_n-32x32.jpg admin – Granizo https://granizo.uy 32 32 194878474 Pilsen Rock 2003: el día que la música cambió https://granizo.uy/2021/09/17/pilsen-rock-2003-el-dia-que-la-musica-cambio/ https://granizo.uy/2021/09/17/pilsen-rock-2003-el-dia-que-la-musica-cambio/#respond Fri, 17 Sep 2021 10:18:26 +0000 https://granizo.uy/?p=933

Por Andrea Bertino

Un recuerdo en primera persona del Festival que marcó y cambió la música uruguaya.

En teoría me iba a ir en tren pero no llegué a sacar los pasajes. Entonces me colé (aunque pagué) en un ómnibus de estudiantes de Economía, que a pesar que yo estudiaba Derecho fueron buena onda y nos dejaron a mis dos amigas y a mi subir. Llegamos a Durazno como a las ocho de la noche, ya había empezado el show de la primera noche. Era un sábado de octubre de 2003 y el mundo del rock iba a cambiar para siempre. Todo iba a ser un festival de rock uruguayo que, junto con las bandas de cumbia estilo Mayonesa y Chocolate, estaban explotando. Fue el boom de la música nacional, quizá un poco acentuado por la negrura luego de la crisis del 2002. Todo parecía renacer. La cerveza Pilsen no es especialmente la más rica del mercado (disculpen la autoreferencia pero realmente no me gusta) pero hay que reconocerle la buena prensa y las brillantes campañas de marketing que ha hecho. Y el Pilsen Rock, además de ser el evento multitudinario más importante de la historia del rock en Uruguay, fue el punto de partida de Pilsen como “la cerveza uruguaya”. Este show fue una iniciativa del comunicador Kairo Herrera y el contratista Claudio Picerno y superó todo y a todos. El parque de la Hispanidad, donde se hizo el evento, reunió a más de 100.000 personas en su primera edición, una absoluta locura si pensamos que en Durazno viven 30.000 personas. Sí, se había casi cuadruplicado la población en horas. 

Cuando llegamos armamos la carpa bajo lluvia en el camping de Durazno y nos fuimos al show. Estaba tocando Trotsky y cerró Buitres, en el mejor show que ví en mi vida de ellos. Ya estábamos embarrados y con altos niveles de alcohol en sangre; como todos. Se imaginan: una montevideana algo de barrio pero también un poco nena de mamá, que ni sabía que en Durazno había edificios, en medio de ese gentío pero realmente sintiendo eso de “libertad”. No logro recordar específicamente si los shows fueron “buenos” pero si logro recordar vívidamente la atmósfera que había: amistad. Parecía impensado que entre toda esa cantidad de gente que había desbordado el departamento, mal dormida, mal comida, sin lugar donde quedarse y borracha, reinara la calma. Pero sí. Y no era una tensa calma. Era una calma real, una cuestión de “somos todos lo mismo”. No teníamos para comer, a los vendedores y carritos se les había terminado todo. Terminé comiendo (real) recortes de pan de molde en una plaza que amablemente nos donó una panadería; creo que al ver nuestro estado. 

Uruguay salía de una de las peores crisis de su historia, causada por los mismos buitres de siempre. Veníamos de años grises, feos, crudos. Todos necesitábamos un Pilsen Rock. Volver a sentir que no éramos una piedrita una vez más hundiéndose en el barro de América Latina. En el 2003 yo tenía 22 años y habíamos vivido las razzias de Lacalle Herrera en los 90 para después comernos el 2002. Vi a mis viejos llorar porque no tenían un mango, vi amigos irse del país, vi a Uruguay casi morir. Y esto, a pesar de que fue un simple festival de rock, nos revivió. Necesitábamos ese grito: “No era cierto” de NTVG se volvió un himno de los que se iban porque no había alternativa acá, “El viejo” de La Vela retrataba a los marginados, “Maldición” de Once Tiros le cantaba al hastío y el disco “Caída libre” de La Trampa se convertía en el soundtrack de la peor película de ese vetusto Uruguay. 

Fue literalmente un éxodo hacia Durazno, de campings improvisados en patios y rincones, de lugareños amables y cálidos que nos dejaban pasar a los baños de sus casas como si fuéramos sus nietos. Fue una necesidad emocional donde los jóvenes poscrisis exorcizamos miedo, asco y rabia. Fue el primer festival uruguayo de rock tan grande pero ciertamente no se confiaba tanto en qué podían dar los artistas uruguayos, por eso contrataron a La Renga para no hacer agua. Y explotó y superó todo. Se derribaron mitos y fantasmas, acerca de los jóvenes y del mismo rock. Y en los años siguientes ya no se necesitó más nada. Parecía que Uruguay se había despertado. 

Super recomiendo:

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Isabel Allende en el Pen Club de Chile https://granizo.uy/2021/09/16/isabel-allende-en-el-pen-club-de-chile/ https://granizo.uy/2021/09/16/isabel-allende-en-el-pen-club-de-chile/#respond Thu, 16 Sep 2021 11:11:04 +0000 https://granizo.uy/?p=924

Por Sergio Schvarz

A mitad de agosto de este más que complicado año, recibí una invitación para asistir, de forma virtual, a la Bienvenida a Isabel Allende como socia honoraria del PEN de Chile, que se hizo efectiva el día dieciocho.

A nadie escapa el prestigio de la escritora tanto fuera como dentro de Chile, donde destaca su poder de observación de las distintas situaciones que le ha tocado sufrir o participar, así como de una fina ironía que le da la distancia con su patria y que le permite decir algunas cosas que los propios chilenos a veces les cuesta decir.

Es que, a pesar de su éxito de ventas —quizá por esto— hay cierta intelectualidad chilena y latinoamericana que aún se resiste a considerarla como una escritora en todos sus términos. Y en ello hay, no lo permita Dios, un evidente machismo implícito y/o explícito que nos da la medida, por ejemplo, de que la Universidad de Santiago apenas recientemente ha distinguido a la escritora, así como únicamente ha distinguido a Gabriela Mistral entre las escritoras chilenas, como si no existieran las mujeres en el mundo de la literatura chilena.

De todas formas, y por suerte, en el año 2010 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura para esta escritora nacida en Perú de familia chilena, y su familia, ya lo sabemos, es toda su patria.

Recordemos que este 11 de setiembre se conmemoró el aniversario 48 del sacrificio que hiciera Salvador Allende, en aras de la defensa de la democracia, y de una democracia con justicia social que fuera traicionada en aras de intereses económicos vinculados al capital trasnacional. Y nuestra escritora sabe de esto, en primera persona.

La bienvenida y el “número crítico”

Dicho evento, que consagra aún más a la escritora, contó con la presencia de Germán Rojas, presidente del PEN Chile; Cristina Wormull, vicepresidenta de la institución; Francisco Estévez, director del Museo de la Memoria; Blanca del Río, presidenta emérita del PEN Chile, y María Teresa Cárdenas, periodista de la Universidad de Chile, subeditora del cuerpo Artes y Letras y de la sección Cultura del diario El Mercurio, que le realizó algunas preguntas, siendo la moderadora Mariana Hales. La cantante Trinidad Montalva nos dejó dos canciones de muy buena factura.

Cada uno de ellos, a su turno, mencionaron algunos aspectos de la homenajeada y la propia escritora tuvo algunas reflexiones que nos parece importante consignar.

Es sabido que Isabel Allende mantiene una distancia física de 40 años fuera de Chile, pero sin embargo ello no es óbice para desentenderse de su país y de sus problemas, siendo una especie de embajadora cultural representativa de los y las chilenas. “Son los primeros años de la infancia el territorio fértil de donde sale la imaginación, donde están plantadas todas las historias”, desde ahí su compromiso por Chile.

Entrelazada con su peripecia personal sus obras nos muestran distintos aspectos de Chile, del de ayer y el de hoy, tanto del punto de vista emocional como en cuanto a información sobre su realidad. La lucha por los derechos humanos, la diversidad y la paz ha sido una constante de su actividad literaria y humana, pero también el abogar por la libertad de prensa y la libertad de la palabra, que haya seguridad para los escritores porque “somos muy vulnerables, somos los primeros en caer cuando hay represión, dictadura, guerra, fundamentalismo. Son las primeras voces que hay que acallar”.

La escritora, que se define feminista (y precisa el alcance del término en su ensayo Mujeres del alma mía), también precisa su interés sobre la inserción de las mujeres en el trabajo y en la sociedad, siendo que representan el 51% de la población mundial y sólo poseen el 1% de los recursos, cifras que, por sí solas, nos muestran el tamaño de la desigualdad. Las mujeres, en la escala del ser humano, son consideradas menos. Sin embargo, a pesar de ello, dice que estamos ante un “número crítico”, que se da cuando la gente pierde el miedo y combate al miedo en la calle, reivindicando sus propios derechos, reivindicando vivir con dignidad, y si las mujeres, y el conjunto de la sociedad, se organizan pueden lograr un mundo más justo e igual. Las movilizaciones en Chile, que se tradujeron en la Constituyente, es una muestra de ello. La unión para estar unidos.

Además, señala, las mujeres son las que primero pierden cuando hay una crisis económica o, como es en la actualidad, una crisis sanitaria que derivará en una brutal crisis económica a pesar de los esfuerzos de los países. O como consecuencia del fundamentalismo y del fascismo. Y también, debemos enfrentar una crisis ambiental que puede echar por la borda todos los sueños, todas las ilusiones.

El pasado, siempre presente

Lo que ya ocurrió, lo histórico y lo personal, desde lo particular a lo más general, dejó una huella imborrable. Desde el mestizaje, de los cuerpos y de las ideas, de la colonización hasta el presente. Nada podemos hacer por ello, salvo intentar no repetir los errores, y para eso hay que poner la obra, lo que se hizo —lo que se debe hacer—, por encima de los errores de los hombres, sin negar nuestras raíces indígenas y nuestras otras raíces que abrevan, indefectiblemente, de los conquistadores. La amalgama de las culturas.

Pero claro, el pasado pesa. Y ella lo dice con claridad, no tuvo ninguna intención heroica en su lucha contra la dictadura de Pinochet, sino más bien una inconciencia militante que se sostuvo hasta que “cuando no pude más con el miedo, me fui” (“mientras otros se quedaron y siguieron haciendo”), porque “la represión funcionaba en círculos, en círculos cada vez más pequeños, más precisos, y más brutales”.

La autora tuvo tiempo para hablar algo sobre Afganistán, diciendo que era una debacle anticipada y una muestra de la arrogancia de Estados Unidos por imponerse a los demás.

Antes de referirse a la actualidad, tuvo palabras sobre su hija, la enfermedad que padeció y su muerte, y cómo a pesar del dolor, y para comprender todo ese proceso y hacer el duelo, tuvo que escribir.

Sobre sus proyectos dijo que si bien es un tiempo de soledad y silencio, debido a la pandemia, está por sacar una nueva novela (Violeta), tiene dos tercios de otra novela en producción y para enero intentará sacar otra novela, por lo que esta nueva incorporación al PEN Chile la encuentra en un momento muy productivo.

Museo de la Memoria

Deseo destacar, por considerarlo de importancia, la participación de Francisco Estévez, director del Museo de la Memoria, quien rescató la figura de Salvador Allende, a casi 50 años del cataclismo, y sobre todo puso el énfasis en el derecho de entender la memoria como un derecho humano más, así como de que los organismos de derechos humanos deben establecer la responsabilidad del Estado en estos temas.

Sobre la escritora, destacó la perspectiva feminista de su escritura, el abordaje del tema de los migrantes e indígenas, puesto que “somos parte de una comunidad que tenemos que saber comunicarse”.

Y encuentra en Isabel Allende una voz que reafirma la posibilidad de repensar el país, Chile, para los años venideros, mediante esta Constituyente que reflejará, así lo esperamos, la voluntad democrática, antiautoritaria, del pueblo chileno.

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Inglesa y brillante: «The virtues» https://granizo.uy/2021/08/23/inglesa-y-brillante-the-virtues/ https://granizo.uy/2021/08/23/inglesa-y-brillante-the-virtues/#respond Mon, 23 Aug 2021 11:01:31 +0000 https://granizo.uy/?p=892

Por Andrea Bertino

No todo lo de calidad es popular. Es el caso de la serie británica The Virtues, que ya lleva un par de años en la vuelta y que es un sopapo de realidad. 

Joseph (Stephen Graham) es un trabajador de la construcción que apenas llega a fin de mes, que se separa de su hijo cuando este viaja a Australia, ahogado por su presente y completamente roto, que vuelve a Irlanda a reconstruir su pasado. Joseph es gris, triste y alcohólico, pero la narrativa de la serie no lo transforman en una pobre víctima al estilo dramón, sino que lo muestra como alguien con el que podemos identificarnos. Vive los dramas de la clase obrera (mostrados de una manera magistral) y en solo cuatro capítulos de poco más de 50 minutos logra tocarnos una fibra: es claro el paralelismo entre su vieja historia de separación familiar y la actual historia con su hijo, como si el pasado estuviera ahí, siempre listo para ser replicado una y otra vez. 

 

Su hermana Anna (Helen Behan) tiene una vida armada y 30 años después, sin casi tener noticias, recibe la visita de Joseph, al que creía muerto, lo cual dispara los recuerdos de una infancia de abandonos y traumas a la que Joseph parece volver, en parte por romper con el momento que vive y en parte para ver si en su pasado encuentra la cura de su depresión. 

 

El director Shane Meadows tiene una sensibilidad especial para plantear el desarrollo sentimental de sus personajes y el drama íntimo de Joseph, que nos resulta tan desgarrador como crudo. Totalmente a la altura está la actuación de Stephen Graham. 

 

El personaje de Joseph nos viene a recordar que el pasado y nuestra historia siempre están ahí y que lidiar por taparla solo se vuelve un boomerang. Su historia se entrelaza con la de Dinah (cuñada de Anna, encarnada por una brillante Niamh Algar), que parece ser un cúmulo de malas decisiones y también tiene un pasado de abandono, pero del otro lado de la vereda. 

 

Lo que funciona a la perfección en esta buena serie es que todo parece muy real, todo es genuino: sus miedos, traumas y dolores podrían ser los de cualquier mortal.  “Todo parece volver, todo parece estar ahí” repite Joseph. 

 

Los cuatro intensos capítulos tienen una fotografía fuerte, directa, híper realista que por momentos retrotrae a Trainspotting y que va de pasado a presente sin parar, usando el recurso de una típica vieja cámara de video de Panasonic. Quizá puede parecer un poco lenta al inicio, pero simplemente es cruda para ojos un poco acostumbrados a productos más blandos. 

 

The Virtues recuerda en algunos pasajes es un thriller policial y en otros se parece más a una secuencia de secretos y verdades ocultas, pero es en definitiva un relato desgarrador sobre la supervivencia con grandes traumas reprimidos. 

 

Algunos creadores utilizan sus series como una válvula de escape de sus propias historias personales que les sirven de inspiración para explicar episodios oscuros o crueles de su pasado, y ese es el caso de Shane Meadows. The Guardian no dudó en afirmar que «los últimos 20 minutos de la serie están entre los pasajes más intensos de la historia de la televisión». No exagera en absoluto. The Virtues es una historia de familia, perdón, y dolor, real y descarnada

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Mercedes Barcha. Por Luis A. Fleitas https://granizo.uy/2021/03/19/mercedes-barcha-por-luis-a-fleitas/ https://granizo.uy/2021/03/19/mercedes-barcha-por-luis-a-fleitas/#respond Fri, 19 Mar 2021 21:35:00 +0000 https://granizo.uy/?p=729

Por Luis A. Fleitas Coya

18 de agosto de 2020. Martes. Leo noticias internacionales por Internet y me entero que hace tres días, el sábado 15, a sus 87 años, murió en ciudad de Méjico, Mercedes Barcha, la mujer de Gabriel García Márquez, la que fue vendiendo casi todo lo de la casa durante los catorce meses que duró la escritura de Cien años de soledad, a la que luego no le alcanzó la plata para despachar por correo toda la novela a Editorial Sudamericana en Buenos Aires por lo que ella y Gabo mandaron solo la mitad, la mujer del vestido verde del final de Vivir para contarla….

       Me entero tarde porque seguramente la noticia ha pasado casi desapercibida en nuestros medios de prensa que no distinguen entre una rapiña de mala muerte, las guarangadas de Cantando 2020,  y el destaque que se merecen las noticias de verdad. ¿Que el gran público no sabe quién es Mercedes Barcha? Parece mentira que los señores y señoras periodistas todavía no se hayan desayunado que justamente, no hay que dar por supuesta la ignorancia ni sublimarla, sino que por el contrario, hay que informar para instruir.

       Si Gabriel García Márquez fue un escritor extraordinario, Mercedes fue una mujer de  una serenidad, entereza, estoicidad y capacidad de sacrificio legendarias. Se bancó que el alucinado de su marido, en viaje de vacaciones en auto desde ciudad de Méjico hacia Acapulco con sus dos pequeños hijos, a mitad del trayecto sintiera súbitamente que había encontrado la forma de narrar una novela que llevaba años sin poder cuajar adecuadamente (que tenía por título provisorio La casa) y le dijera que se daban vuelta, que  no había vacaciones, que debía regresar para escribirla; que prendara el auto y le entregara el dinero para vivir durante los seis meses que iba a durar la escritura; que pasados los seis meses siguiera de largo con la escritura hasta completar un año y  más; y que se agotara el dinero y tuvieran que empezar a vender las cosas de la casa para poder subsistir, debiendo la carne, la leche y el pan.  Cuando ya debían  varios meses de alquiler, tuvo que enfrentar al propietario de la casa que le exigía el pago, y  convencerlo solo con sus artes de persuasión dándole la palabra de que cuando su marido terminara de escribir la novela, le pagarían.  Y  cuando finalmente Gabo terminó Cien años de soledad,  y fueron al correo a mandar el manuscrito a Editorial Sudamericana a Buenos Aires,  Mercedes contó el dinero y no les daba el dinero para  enviar todo el paquete por lo que solo despacharon la mitad.  Debieron regresar a vender el calentador sin el cual García Márquez no podía escribir pues para hacerlo no soportaba el frío, y el secador de pelo de Mercedes, para poder reunir el resto de dinero para enviar la otra mitad. 

         Entonces, y solo entonces, luego de remitida la novela por completo, a la salida del correo, fue que Mercedes, ya al límite de sus fuerzas y de la bronca acumulada, le estampó al escritor: “Ahora solo falta que la novela sea mala”.

         

         Hasta parece irreal que hayamos sido contemporáneos, que mientras nosotros vivíamos nuestras vidas, Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha vivían la suya, respiraban la misma atmósfera y pisaban el mismo suelo planetario. Luego el Gabo murió en el 2014, Mercedes continuó viviendo sola y sobrevivió aún seis años más hasta este aciago sábado en que su vida se ha apagado.  Claro que durante décadas y décadas íbamos teniendo alguna que otra noticia aislada suya, noticias que se fueron haciendo cada vez más espaciadas a raíz de que García Márquez dejara de publicar nuevos libros y la vejez se le viniera encima inexorable, encerrado en su casa mejicana. En la década del sesenta en la fotos en que aparecen junto a otros escritores y sus parejas, Mercedes era una bella morocha de piel aceitunada y pelo lacio y negro; ya cuando el Premio Nobel en el 82 se había convertido en una mujer de cara mucho más redonda, con un exceso de peso que fueron confirmando las décadas siguientes, hasta las fotos tomadas en Aracataca cuando la última visita del matrimonio al pueblo de la infancia del escritor en el año 2007, en la que aparecen él ya con cara de desconcierto abrumado por la pérdida de memoria que seguramente  le asediaba de manera irremediable, y ella, por el contrario, exuberante, curiosa y …bastante obesa. 

           Ahora Mercedes Barcha también ha muerto, y las notas de prensa internacionales traen ráfagas de lo que fue su vida, y  muy escuetas alusiones de sus acciones, de su forma de ser y de pensar. Cuentan datos biográficos, anécdotas, su significado y su importancia en la vida del escritor, así como su carácter de gran amor de éste, simplificación periodística que todo lo reduce  a  sentimentalismo de telenovela.  El mismo novelista dejó huellas desperdigadas sobre ese amor. Pese a deberle su abnegación, dedicación y sacrificio para que finalmente a mediados de junio de 1965 pudiera sentarse a escribir Cien años de soledad durante el agónico año y pico lleno de privaciones que duró su invención,  sin embargo  no se la dedicó a ella sino a dos amigos Jomí García Ascot y María Luisa Elío.  Se dice que ya le había dedicado Los funerales de la Mamá Grande de 1961 con el críptico “Al cocodrilo sagrado”, pero lo cierto es que con su nombre recién casi veinte años después  le dedicó  El amor en los tiempos del cólera de 1985, una novela que paradójicamente, por fuera de la dilatada y postergada consumación de los amores entre Fermina Daza y Florentino Ariza, contiene un fenomenal catálogo de aventuras y desventuras amatorias y eróticas de todo calibre de un mujeriego descomunal, que bien puede sospecharse  que encubriera un alter ego del mismo autor.  Al punto que en el reportaje de Plinio Apuleyo Mendoza, El olor de la guayaba de 1982,  García Márquez llegó a contar que era la propia Mercedes la que le elegía los mejores lugares en los restaurantes para que él  observara mujeres.

         La autobiografía Vivir para contarla de Gabriel García Márquez tiene un hermoso final con esa visión fugaz desde el taxi que lo llevaba  al aeropuerto de Barranquilla en 1955 para tomar el avión rumbo a Europa a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes en Ginebra, de una Mercedes Barcha esbelta y lejana, con su vestido verde con encajes dorados,  sentada en el porche de su casa, como si fuera una ensoñación, y la carta que el autor le escribe ya en el avión para despachársela en la primera escala en el aeropuerto de Montego Bay (Ed. Sudamericana, 1ª. ed. 2002, págs. 578-579).  En el mismo libro, el autor cuenta que la conoció en Sucre cuando bailó con ella en los tres bailes que dio Cayetano Gentile (inspirador del Santiago  Nasar de Crónica de una muerte anunciada), y que encandilado por su sigilo  en el segundo de los bailes le propuso matrimonio, a lo que ella le contestó: “Mi papá dice que todavía no nació el príncipe  que se va a casar conmigo” (idem págs. 282-283). Entonces ella tenía trece años, él le llevaba siete años de diferencia, y  recién la volvió a encontrar cinco años después, ya en Barranquilla;  allí Mercedes aceptó  ir  a un baile el domingo siguiente, en el cual  trató con tal ironía y  habilidad escurridiza al entonces joven periodista que éste continuó adelante con sus propuestas,  y culmina su remembranza con una forma de entendimiento casi  mágica: “desde aquel día, terminamos por inventarnos un código personal con el cual nos entendíamos  sin decirnos nada, y aún sin vernos” (idem, págs. 457 a 459).   Bellísima forma de explicar ese vínculo tan único entre dos personas;  bellas páginas todas. Aunque solo siete en un frondoso volumen de quinientas setenta y nueve.  Al fin y al cabo los recordados pasajes sobre  Nigromanta ocupan otro tanto. 

         Tal vez Del amor y otros demonios, -ese extraño libro de 1994, cuyo mayor valor está en el genial prólogo de solo tres páginas del propio García Márquez, pero que luego se desvanece en un embelecado argumento poblado de autoridades eclesiásticas, monjas, y rancios prejuicios y obsesiones demoníacas en el Convento de Santa Clara de Cartagena de Indias-, contenga pasajes cifrados en la pasión no consumada entre  Cayetano Delaura de 36 años y Sierva María de Todos los Ángeles de 12, de los amores secretos entre la adolescente Mercedes y el joven Gabo,  un período del que nada se sabe, pero del que García Márquez sugiere en su autobiografía que era “el secreto mejor guardado en los primeros veinte siglos de la cristiandad” (Vivir… pág. 458).

        En El amor en los tiempos del cólera  dio una visión bastante desconcertante del matrimonio, como un sistema cambiante y lleno de balbuceos y zozobras, con proporciones inciertas de amor, desconfianza y cotidianos desafíos y confrontaciones. En El olor de la guayaba ya había adelantado similar opinión: que el matrimonio como la vida era algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar todos los días desde el principio de forma agotadora, pero que valía la pena.   Al mismo tiempo aclara que a Mercedes solo la ha podido nombrar en dos libros, Cien años de soledadCrónica de una muerte anunciada, “con su nombre propio y su identidad de boticaria”, no como un personaje imaginario porque la ha llegado a conocer tanto que ya no sabe como es en realidad. Lo confirma una vez más en el cierre del reportaje cuando Plinio Apuleyo Mendoza le pregunta cuál es el personaje más sorprendente que ha conocido, y el gran Gabo contesta: “Mercedes, mi esposa”.

        Es el mejor García Márquez, el más inspirado, el más sorprendente, el de sus obras maestras Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada, sus memorables libros de cuentos Los funerales de la Mamá Grande y La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, y sus grandes reportajes, Relato de un náufrago o De viaje por Europa del Este.  No tanto el de El otoño del patriarca o El amor en los tiempos del cólera,  novelas con sus luces y sus sombras, al igual que Doce cuentos peregrinos, y mucho menos el de sus obras menores como la ya citada Del amor y otros demonios, El general en su laberinto, Noticias de un secuestro, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile,  o la decadente Memoria de mis putas tristes. Sin olvidar, claro está, el valor de sus primeras obras La mala hora y La hojarasca.

         Con Mercedes, Gabriel García Márquez dejó atrás el desorden de  sus precariedades y  bohemias, se consolidó como hombre y como escritor y creó una familia con sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, de los que  manifestó su orgullo, y que retrató en los dos niños protagonistas de El verano feliz de la señora Forbes de Doce cuentos peregrinos de 1992, en el que con magistral humor hace que el mayor, desde cuyo punto de vista se narra la historia, refiera a su padre como “un escritor del Caribe con más ínfulas que talento” y con tales delirios como para contratarles una institutriz alemana, a diferencia de su madre que siempre siguió siendo tan humilde como cuando era una maestra errante por la alta Guajira.  Y es por cierto, lo que se sabe Mercedes,  que fue siempre esa mujer sencilla y discreta, que no hacía declaraciones ni daba entrevistas; lo que  está fuera de toda duda es su  importancia para que Gabo diera el formidable salto de Cien años de soledad, y quizás de lo más trascendente de su obra.  

          Mientras celebramos a Mercedes Barcha, todos esos libros, todas esas historias, todos esos personajes –los José Arcadio y Aureliano Buendía, Úrsula Iguarán, Melquíades, Amaranta Úrsula, Remedios la bella, Santiago Nasar y su madre Plácida Linero intérprete de sueños, Ángela Vicario, la niña y su madre en el viaje en tren en La siesta del martes, el coronel y su esposa que no tienen qué comer, la mítica María Alejandrina Cervantes  y un larguísimo etcétera de no acabar-,  vuelven a encenderse incandescentes iluminando la vorágine de la vida diaria.  Recordar a Mercedes y reencontrarse con ellos es como encontrarse con un viejo sueño caminando por la calle; como si de la realidad saltara y viniera a nuestro encuentro algo imposible, algo que ya fue y que nos ha abandonado. Sus formas nos son familiares, sus rasgos o aspectos también; conservan cierto encanto de lo que fue y de lo que aún nos seduce, que pervive en nosotros en otra impronta, algo mucho más sutil y más nuestro.  Como si salieran de pronto de las penumbras y nos alcanzaran, sueños y  realidad entrelazados en una superposición cuántica. Es el milagro de la literatura, nuestra más íntima forma de sentir que  seguimos siendo nosotros mismos.

        Chau Mercedes.    

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