Libros https://granizo.uy Mon, 24 Jan 2022 12:54:41 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5 https://granizo.uy/wp-content/uploads/2021/02/cropped-35479380_2119724648259311_9137196494472871936_n-32x32.jpg Libros https://granizo.uy 32 32 194878474 Luis Masci, poeta errante https://granizo.uy/2022/01/24/luis-masci-poeta-errante/ https://granizo.uy/2022/01/24/luis-masci-poeta-errante/#respond Mon, 24 Jan 2022 12:49:25 +0000 https://granizo.uy/?p=997

Escribe Luis A. Fleitas Coya

Ah, la poesía (7)

Un ambicioso poemario: formas y estructuras.  Despojado de lastres menores, Para una ventana sin puerto de Luis Masci (*) (**)[i], es uno de los mejores y más ambiciosos poemarios sobre el exilio que se han publicado en el país.  Uno de sus grandes méritos es haber borrado huellas espaciales y temporales  –lo cual siempre hace ganar en grosor poético-,  y si bien parecería referirse a un exilio voluntario post dictadura, e incluso un paratexto colocado después del título y del autor indica: “Madrid, abril 2009/Montevideo, noviembre 2020”, nunca estamos del todo seguros de ello.  training (pág. 64) parece referir a las fuerzas de represión en épocas del autoritarismo pachequista o de la dictadura: “ladraban/al viento, a la luna, al señor de la galera/más desde hace un tiempo/se limitan a ventear la presa, ignorar los poetas/ y defender al señor/contra los pordioseros”, y lo mismo los sobrecogedores versos finales de  redescubrir el gesto: “la puerta prohibida/la ciudad cerrada/ la libertad entrevista/ayer entre fusiles/ medianoche, un simple picaporte, gira” (pág. 16).  Lo seguro es que los lugares y años referidos en el paratexto, son los de la creación de los poemas, no más.   A lo sumo, someras indicaciones nos indican lugares del periplo como la ya mencionada Madrid, Andalucía, Venezuela, la baja California, o Alemania en la referencia a la ciudad  en la cual el poeta proyecta los movimiento de danza de Pina Bausch.

       Hay un poema inaugural, volver a empezar (pág.7), explicación y programa del poemario, y uno de cierre, (pág. 125) que apunta a una explícita circularidad “a ver si ves/en mis ojos/el principio del viaje”.  Es lo obvio. En cambio lo que sí cabe subrayar es otro de los mayores logros de este libro, las siete cisuras, cual capítulos, señaladas por textos en prosa impresos con letras blancas sobre fondo negro y páginas numeradas con números romanos. Más allá de las apariencias, esas separaciones no son meros mojones divisorios de áreas temáticas o conceptuales del libro, sino que a medida que el lector las lee va comprendiendo que constituyen un relato en paralelo al poemario. Relato que se construye en torno a un yo, una suerte de marino y su cambiante barco con quilla, pértigas, remos,  arboladuras y velamen, a veces a vapor, antiguo, de madera, un “Viejo tanque de madera salada” (1, pág. IX). Este marino y este barco iniciarán su viaje y su deambular por mares y esfuerzos, hasta el regreso, y constituyen una metáfora sobre las vicisitudes del poeta y su viaje espiritual, bellamente inserto entre los poemas, con sus reminiscencias de galeotes engrillados, de Odiseo, de los remeros fenicios que recitan plegarias en el relato de Kipling Clases de hombres citado por Borges (Qué es poesía, https://youtu.be/O4t8gafps3A), de los aventureros y navegantes de los siglos XVIII y XIX, de Melville o de Conrad. Pero siempre es el yo enfrentado al yo: “La soledad de viaje no hace casa ni familia”, a su inmensa travesía: “…el viaje es más grande que el viajero”,  a la memoria: “En los rincones del barco anida el tiempo” (4, pág. XLIX), y a la oscuridad e incertidumbre que enfrenta el escritor en la creación: “Frente al timón de la noche nada me habla”, “Un titilar de palabras puede hacerse norte o sur” (5, pág. LXXIII).

       En cuanto a los poemas, desde Ventana sin puerto (pág. 11),  se propone una alternancia de versos largos con versos cortos (a veces una sola palabra,  como los célebres versos de vocablo único de Idea Vilariño),  imprimiendo ritmo y  melodía con el enorme acierto de apostar a la libertad y a la diversidad.  Esa diversidad le permite al poeta no solo adoptar disímiles formas y medidas poéticas con elasticidad y soltura, sino dirigirse tanto a la ciudad, uno de sus principales antagonistas referenciales a lo largo de la obra: “entonces abro mi ventana, ciudad/para que entres” (en las calles de mi, pág. 12), como a un tú ignoto apenas sugerido (armonía y melodía, pág. 30), o a la noche: “dueña de los aleros, noche, sé que alientas” (bienvenido, pág. 52).

Demoliciones, lluvia, ventanas, puertos. El diálogo permanente  del poeta con la ciudad alude una y otra vez a un paisaje de extrañamiento y desolación, de asfalto en desintegración, con expresas referencias a derrumbamiento, demolición, ruinas, bombardeos:  “Solitario asfalto/éste, con piedras de derrumbe” (primeros pasos, pág. 39), “corriendo por las calles de la demolición” (contratrópico, pág. 17), “ese de automóviles y ramblas y ruinas” (en las calles de mi, pág. 13), “pasarela de prisa entre bombardeos” (desfile de invierno, pág. 27), “entre muebles en ruina, guías y depósitos/masculla la ciudad” (Rebeca´s syndrom, pág. 51).

        Esos hallazgos poéticos que brillan como fogonazos en los entresijos de los poemas, revelan el desasosiego del yo ante moles constructivas en desplome o en destrucción que se yerguen amenzantes,  entristecedoras, en su proceso de deflagración. Algo que acecha al sujeto poético:  incomodidad, extrañamiento;  exilio, en definitiva.

       Otra constante es la lluvia. Ciudades y noches anegadas: “desde el quicio de esta ventana sin puerto/anegada lluvia la noche” (ventana sin puerto, pág. 11),  la lluvia como disparadora de imágenes: “a cobijo de peatones del verano/donde deslizas aquel/ entonces/lino temblor/bajo la lluvia” (en las calles de mí, pág. 12), la lluvia como motivo y ritmo proyectada sobre el yo abatido, o sobre la ausencia: llueve (pág. 17), la noche de lluvia corporizada como mujer (todavía la noche se escurre de lloverse, pág. 38), o como metáfora de la penetración del interior del sujeto (gotas de lluvia, pág. 69), o la hermosa imagen de ventanas como cristales líquidos desde los cuales el tiempo se invierte: “detrás de la ventana líquida/los cuerpos corren a sus huellas y tu silueta al paisaje/se desvanecen” (diluvio urbano, pág. 29).  Imagen, la del ventanal líquido, que vuelve a aparecer en del otoño y la música (pág. 56).

            El poema ventana sin puerto, del cual surge el título del libro, marca un leit motiv que se repetirá a través del libro, como una nota pedal, las ventanas claustrofóbicas o que se abren a la nada. Mientras que la ventana abierta al puerto parecería indicar la apertura a la partida, al viaje,  su opuesto, la ventana que no da a un puerto, es una abertura cerrada, lastrada en el no viaje,  el no regreso. Hay también una alusión al título de la novela de Onetti, Para una tumba sin nombre, que el título de este libro parafrasea, y que parecería de algún modo lanzar un postulado estético: la distancia que separa la ficción de lo real se simboliza en la obra de Onetti en las “ventanas”, que aparecen opacas, opuestas al  espejo, sinónimo del realismo. En Para una tumba sin nombre, la fragmentada realidad inconexa, inverificable, da lugar al cuento del doctor –el médico Díaz Grey-, a la ficción, como única manera de reconstruir la historia.  Trasladado a este poemario, Para una ventana sin puerto, el tránsito de lo real a lo ficcional poético ocurre aún en mayor medida, pues la realidad es lo que construye el lenguaje de los versos, y más allá de su estética, lo que anida en sus sentidos más profundos.

Poemas tropicales. Pero la diversidad viene en auxilio del poeta, y los poemas con temas tropicales desde dos orillas (pág. 40) a reverón, la costa desde la barca (pág. 48), le dan un temprano y saludable sacudón al poemario.

       Hay un respirar  diferente en el poeta (señalado en dos orillas, pág. 40) y  en los propios poemas que se enriquecen de imágenes: la proa del peñero que cae y se levanta, la huella del pie que se desmorona, los muslos que entran en el  agua, el tritón caído entre las tablas, la contraluz, el farallón, el mar, las voces que se mezclan en la luna (y si …, pág. 41), el extraño recuerdo con cangrejos (pág. 43), y en sonoros versos como “mojada de trópico te tumbas” (la tarde se hace noche más temprano, pág. 45).

       En reverón, la costa desde la barca (pág. 48), el poeta recurre a la écfrasis, procedimiento poético  consistente en la descripción en un poema de una pintura, estatua, arquitectura, tan practicado por los poetas parnasianos, pero también luego por Gertrude Stein en su hermoso poema Cezanne. Los versos evocan lo que se ve en  imágenes, y al mismo tiempo también van desarrollando la impresión  estética que esas imágenes le producen al autor. En este caso la obra evocada es la del pintor venezolano Armando Reverón, calificado de loco genial, y sus cuadros sobre la costa caribe, reelaborados en  versos logrados: “o el tibio rumor zumbón del reverberar contra la playa callada/es un tejerse, un pareo de hilo mojado cintura abajo”.

Poética y humor. Pese a los desgarramientos del exilio, a la nostalgia y demás aspectos que torturan su subjetividad, el poeta, con sabiduría, deja huellas en su poemario de un humor combinado admirablemente con el dolor en uno de los mejores poemas del libro,  Rebeca´s syndrom (pág. 51).  En una notable amalgama de sinrazones y sinsentidos de pareja, del pobre yo abrumado y siempre aferrado a ilusiones absurdas, y con un toque de sutil sentimentalismo tangencial, los celos retroactivos, anteriores a la relación de la pareja (como lo indica el título), han dejado al poeta en la calle, que se retrata a sí mismo deambulando por la ciudad con los muebles a  la espalda:  “los muebles a la espalda/un atado/yo y los muebles/y el camino”, mientras escucha un bolero en las inmediaciones, y se pregunta lo ya imposible: “cómo regresar cada objeto a su sitio/los muebles a la casa/la casa a la ciudad/yo a las cosas”.

Tierras de la memoria.  Varias son las referencias a Felisberto Hernández, como la del poema que inaugura esta sección que va desde bienvenido (pág. 52) a dos patrias habitan el cuerpo (pág. 71), y que abarca también a expulsados de amar la casa (pág. 75) y 35 grados sur (pág. 76)

        Así, bienvenido, poema íntimamente vinculado con el mejor poema del libro, El jardín (pág. 112) que veremos sobre el final, dice: “aquí, donde no se sabe/quien/enciende las lámparas”.  Deliberadamente el poeta se interna de la mano de Felisberto Hernández, como Dante con Virgilio, por las fragorosas tierras del recuerdo y la memoria. Para ello el poema invoca la noche como personificación de la memoria: “dueña de los aleros, noche, sé que alientas”, invocación que continúa en exactamente entonces (pág. 54): “es un deseo de limpiar la tarde para impregnarla, noche/con los nacientes perfumes por venir”. Entonces llegan los recuerdos: “ellos inauguran la noche”.

         Hay un juego de contradictorios entre los días del presente: “láminas de sal/los días se disuelven a veces/pegados en la lengua”, contrapuestos a los dulces días de la infancia: “rumbo a casa/láminas de sal/terrón/de azúcar”  (la memoria y los días, pág. 55); y hay un expreso desembarco en la nostalgia: “pero ya no estamos en la baja California/y la silla de enfrente está vacía”, “hay veces/sí, levanto esta copa/a la ausencia de ti/ a la almohada con la forma de tu adiós/a esta quietud del reloj en la explanada vacía”, “…la nostalgia del sur” (del otoño y la música, pág. 56), “dulces mallas del puerto perdido…” (desmoronarse en el otro, ciudad, pág. 58).

           Por fin abrazado a la memoria, el viajero emprende el regreso: “atravieso entonces esa irregular niebla del pasado/a final de la noche”, “decir hola/andar este incomprender/regreso/extranjero/sin el cuerpo a cuerpo del encuentro/este volver a un lugar/otro”, “este voy a buscarte/país” (voces sin eco se saludan, pág. 60).

           Y entonces, por vericuetos y senderos del recuerdo, llega: “radar que el coche detiene”, “casi tanto como ayer/camino/camino, nuevamente, las calles de mi ciudad” (ídem). “en los adoquines de la memoria/tambaleo/ciego de regreso, entreluces”,  “Voy a caminarte de nuevo” (calle con niños, pág. 65).  “En los adoquines de la memoria, tambaleo, ciego de regreso”, dice, tanteando entre las tinieblas del pasado; es la emoción, es la tensión última de la poesía. 

Dudas-metafísica-las palabras en su funda. A partir de no hay espejo en el vidrio (pág. 77) se imponen la duda, las interrogantes, los por qué y para qué, la eterna sombra metafísica que se arroja sobre el hombre a solas frente a su destino y a sus avatares cotidianos.  La estampa hogareña del fuego de la estufa se da de frente contra la desesperación (no hay espejo en el vidrio), la duda del tiempo y su sucesividad aparente y paradójica (“para qué sentirte un jueves/si el viernes…”), y la resignación ante las obligaciones vitales de escritor “otra vez galeote de máquina y salario” que no puede acceder a “la libertad de esta ciudad fuera de alcance”  (escribirte, pág. 78).

            La desesperación nuevamente en por qué (pág. 79); y tras una verso feliz “como un hueso en la galaxia que todo lo traga”, vuelve la interrogación a la ciudad: “si acepto recorrer tus calles tendré/…” (agujero negro y color, pág. 80). Por último una mudanza reciente y la proyección de las características de las danzas de Pina Bausch a la ciudad y sus movimientos (habitación país el tiempo, pág. 82), la búsqueda sin hallazgo o sin respuesta (y finalmente, pág. 93), las interrogantes sobre la incertidumbre del “estar” y del “lugar” (intuir antes del fuego, pág. 95).

             Varios son los poemas de esta sección que aparecen como un subconjunto variopinto inclasificable y muy interesante.

              El recuerdo de una estación de trenes o la comparación con otra, con versos dotados de una pátina de melancolía: “ausencia del andén”, “en la frontera del tiempo” (25 de Agosto/Estación de tren, pág. 84), la descripción de una religiosa que lee en un banco de la iglesia y que tal vez aludan a Juana Inés de la Cruz, y su decisión de “atravesar la humeante hecatombe/la sinrazón” (¿personal, colonial?) para sobrevivir a los tiempos “entre el verbo de dios/y su armonía” (Ella que lee en el banco de la iglesia, pág. 86).

              En fogonazos (pág. 89), la expresión “revienta una luz…” y los subsecuentes versos pueden aludir a extremos tan opuestos como una revolución interior o una revelación de crímenes de una sociedad totalitaria. La poesía de Masci, preferentemente subjetiva, intimista, parecería referir a lo primero, pero las reverberaciones de un buen poema son imprevisibles.

              En incertidumbre (pág. 90), el autor parecería recurrir nuevamente a la écfrasis, la descripción de un cuadro; “en el rubor del lienzo tu boca persiste”, “textura la tela”, “pintura”, mientras resuena el eco de un amor ausente.

              Eppur si muove (pág. 91) muestra dos niveles, abajo, las cloacas y las ratas, arriba, “la lustroza piel metálica”; entre ambas, el pensamiento del poeta, persistente.

             Hacia el fin, los bellos versos de ese repentino huir de las palabras (pág. 94) alude una vez más a la implacable relación del escritor con las palabras: “mariposas del polvo/cabecean las palabras en su funda”.

Últimas partes. Solo tres versos definen magníficamente la fugacidad de la vida, en un delicadísimo y breve poema: “siempre es un andén/ese sitio por el que los trenes pasan/y no se detienen” (en el  banco de los días, pág. 99). 

              Mientras que el amor, tema siempre presente aunque lateralmente, aparece de lleno en entrepuertos (pág. 100) y aquí y ahora (pág. 102), el tema del desconcierto frente a la realidad aludido en el tema de las ventanas irrumpe nuevamente  en realidad (pág. 103): “solo algunos ventanales que llamamos realidad”, así como el del entrelazamiento de pasado y presente (en donde cuándo hoy, pág. 106), y la certeza de lo fatal ante la estabilidad y la calma (y habrá un golpe de ala, no lo dudes, pág. 109).  La misma espina metafísica se manifiesta en La tarde, la meditación y los espejos (pág. 117): la realidad irrumpe en el ser humano, que paradójicamente puede contemplar las dos partes de sí, al mismo tiempo.

               La plaza (pág.104) en cambio, abandona transitoriamente esa subjetividad, para retratar temas andaluces y su historia, igual que derviches (pág. 108) y su descripción de una danza, y si las novias (pág. 110) nuevamente con el tema andaluz del cielo de los gitanos y las novias blancas.

Juegos de palabras. Final: caballos perdidos por los pastizales del sueño. Como siempre, la poesía puede ser un lugar común, meras trivializaciones,  o algo insólito o inaudito que de pronto nos asalta. Los poemas finales de este libro, anverso/reverso (p. 122), ¿a qué distancia de las cosas se distancia la distancia? (p. 122), ¿a qué  distancia de las cosas te acerca la distancia?, a fin de cuentas (p. 123), giramos girasol (p. 124), pertenecen a la categoría de  juegos de palabras que pueden tener la pretensión de decir, pero que al lector le suenan a artificios. Así la duda sobre el sentido del regreso que en definitiva es la duda de sí mismo, queda sepultada en la antítesis meramente figurativa del título esquemático e inútil: anverso/reverso, y de los subsiguientes ¿a qué distancia de las cosas se distancia la distancia?, y ¿a qué  distancia de las cosas te acerca la distancia?  Lo mismo ocurre en el “mirar de mirarte” de a fin de cuentas,  y el título giramos girasol. Hay también desperdigados otros ejemplos:  “volví volver, ir, venir-partir” en Volver a empezar  (pág. 7),  lo de la “nieve nieva” en del otoño y la música (pág. 57), y de mirar, maremar, la lluvia (pág. 101).   Podrían agruparse bajo la égida benedettiana de malabarismos, ingeniosas repeticiones, oposiciones de contrarios, tautologías, festejadas por vastos públicos, pero tan ajenas a la poesía. Un ejemplo extremo y menos conocido es el de los Topoemas de Octavio Paz.  El grave defecto de este tipo de escritura es que no sondea dentro de sí misma ni de su autor sino que claudica frente a la manifiesta intención de encandilar al lector con  fuegos de utilería.

        El libro merece que consideremos que en realidad se cierra  con el hermoso homenaje a  Ionesco y a su muerte (el rey se muere y nos visita en el espejo, pág. 118), y con galopan, casi sombras en la luz (pág. 120) en el que el poeta, a raíz de un cuadro en un museo, asocia mediante poderosas imágenes cual pincelazos de jinetes, galopes y caballos, las ciudades en que vivió: “jinetes lo roces/entre desiertos mínimos/galopan la piel de las ciudades/destruidas en mí”, “se pierden los caballos en el pastizal del sueño/montes y montañas/los colores, los olores y sonidos que ayer/cobijaron el galope”.  Caballos perdidos por los pastizales del sueño (¿una vez más Felisberto?).  Es el mejor Masci.

El jardín. Mención última merece este precioso poema (pág.112), una suerte de rescate a través de noticias que le llegan al poeta de la patria lejana, del jardín, tal vez de su casa natal, utilizando la anáfora “dicen que”:  “dicen que el aire/dejó de respirar entre los árboles/el jardín/el aire/atento como estaba al giro de las hojas (…) dicen que detrás de la ventana/una lenta mecedora/no ha cesado en traquetear/pensamientos y días (…) dicen que la lenta bruma/juega ahora como quiere/con los objetos pulidos de la memoria”.

          Tiene el dejo dulce e inconfundible del rescate no solo del jardín, sino de la casa natal, y a través de los objetos familiares, las personas que ya no están y que no se mencionan, pese a que están patentemente ahí en la lenta mecedora, en las voces del piano (“aquel moderato cantábile de madera y hueso/que aún alienta en la casa”, “una lenta ráfaga de debussy o sonata”), en la silla que hamaca un sí  y un no, en los caminos del jardín. Todo se adivina y se palpa a través de esas imágenes de las fuentes y las hojas, las bujías doradas, los candelabros, los rincones, la fronda, y que los nuevos inquilinos pese a la inicial vocinglería, no lograron acallar: “pero que después de la sorpresa/la fronda/dio el adiós y dio los buenos días/que ahora las teclas ensayan escalas de otro tiempo”.

          Es la subsistencia, el tiempo recobrado, la maravilla del lenguaje que nos devuelve el pasado y todo su peso a través de lo dicho y lo no dicho del poema. Jardín, casa, familia, afectos, patria. Todo está ahí, condensado, por la delicada magia del escritor.

El poeta errante. Lo escrito bastaría para cerrar este comentario,  pero no sin antes subrayar lo importante de la tarea ardua, magnífica, que ha llevado a cabo el autor:  ha asumido su condición de poeta errante, de hombre viajero e itinerante durante largos años, con sus trabajos y fatigas, sus dudas y sus sombras, y su escritura a cuestas; la larga agonía de las incertidumbres del regreso, y su arribo final a la difuminada y tal vez añorada Itaca montevideana,  y nos ha hablado de ello en su libro atreviéndose a hurgar en lo más profundo de sí, en sus entrañas.

          Al cerrar el libro sentimos que hemos tocado a un hombre.

 

 

* Para una ventana sin puerto. Luis Masci. Yaugurú. Marzo 2021. 128 páginas.

**   Luis Masci, Montevideo, 1949, es docente, autor y director teatral, guionista, con una larguísima y destacada trayectoria en Uruguay y en el exterior. Poeta, ha publicado una serie de libros de poesía como Siglos secos, Los pasos por volver y otros poemas, Los caballos de la lluvia, Con boleto de ida  y vuelta, amén de varias obras teatrales.

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«Infierno vacío»: entrevista a Gustavo Iribarne https://granizo.uy/2021/09/22/infierno-vacio-entrevista-a-gustavo-iribarne/ https://granizo.uy/2021/09/22/infierno-vacio-entrevista-a-gustavo-iribarne/#respond Wed, 22 Sep 2021 10:36:39 +0000 https://granizo.uy/?p=939

Por Martín Imer

El escritor Gustavo Iribarne publicó un nuevo libro de cuentos titulado “Infierno vacío”; una obra que demuestra el carácter multifacético de su autor, ya que además de dedicarse a escribir ficciones es periodista, crítico cinematográfico y organizador del conocido festival «Piriápolis de película», que este año tendrá su tradicional edición en el Argentino Hotel. 

¿Cómo te sentís ante esta nueva publicación? ¿Los mismos nervios, o se toma distinto?

En lo personal, escribir es como realizar un ejercicio de supervivencia. Por eso es que la publicación de un nuevo libro, más allá de reconfortarme, la siento como una catarsis liberadora y pasional. No puedo hablar de nervios ni ansiedades, es otra cosa. Cuando el texto se convierte en libro como objeto físico y lo tomo en mis manos, al leerlo  me impresiona como si lo hubiera escrito otra persona. Como si alguien, desde el inconsciente, me hubiera dictado lo que tenía que escribir. Ya me había pasado con “La revancha y otros cuentos”, mi libro anterior. También siento que escribir supone un acto de exploración interna, una actividad cuasi mágica e inefable. Un trabajo que mezcla  placer y búsqueda a la vez que  desafía a la página en blanco para lograr, a lo mejor, una futura conexión con el lector. De todas maneras, no hay que escribir pensando en el lector sino concentrado en uno mismo. Puede que todo lo que he dicho impresione como palabrerío de discurso magistral pero es lo que siento y necesito expresarlo así.

¿Con qué temas centrales se van a encontrar los lectores en el libro?

Quizás no pueda hablar de temas centrales, eso lo dejo para los lectores o los críticos literarios. Hay un proverbio latino que señala que “nada de lo humano me es ajeno” y creo que eso se aplica para lo que uno vierte en la escritura. De todas maneras, Juan Rulfo ya había dicho que en territorio literario, “no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte”. Tan simple como posiblemente inabarcable. Igualmente, supongo que cada persona que lea el libro podrá encontrar algo con lo que se sienta identificado, aunque también puede generar rechazos, lo que también  supone una respuesta frente al texto. Pero tratando de buscar algo puntual como temática, diría que el cruzamiento onírico con los límites de lo que llamamos realidad es un concepto que me atrae.

¿En qué te basas para crear los cuentos? ¿Tenés influencias de la realidad o de otros autores que te gusten?

Posiblemente parte de lo que respondí en la pregunta anterior también sirva para contestar esta nueva interrogante. Escribir es explorar el mundo que te rodea y confrontarlo con tu mirada personal. La percepción del afuera y la manera en que tu interioridad recepciona esa información es parte del juego a la hora de transcribirlo en palabras. A lo mejor suena medio académico pero no hay vuelta que es así. Ahora, si me pongo a hablar de autores que me han impactado (no quiero hablar de influencias porque sería un desubicado acto de vanidad o pedantería), la lista es muy amplia y ecléctica porque puedo arrancar por Shakespeare (para mí, el UNO) y terminar con Felipe Polleri mientras subrayo otros grandes nombres como Kafka, Cortázar, John Fante, Borges, Ray Bradbury, Mariana Enriquez, Harper Lee, Bioy Casares, Juan Forn, Raymond Chandler, Gabriel García Márquez o Connie Williams. Lo dejo por acá pero advierto que es un registro a vuelo de pájaro absolutamente incompleto. (Después me voy a arrepentir de no haber mencionado a algunos otros).

¿Qué te resulta atractivo del formato de cuento, a la hora de escribir?

La intensidad. Ahora estoy escribiendo una novela y el relato puede alcanzar niveles de diversificación que el cuento debe condensar en un mundo mucho más cerrado. Si bien hay algunos textos más largos que otro, esa concentración es propia del relato breve. Por lo menos es lo que yo experimento a la hora de merodear los términos que instalo en la historia que narro. Después estará la respuesta por parte del que lo lee porque, como dijo Borges, “los textos pueden no ser muy distintos pero cambian según el lector” y Bolaños agregó que “uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte”.  Esa intensidad de la que hablaba al principio debe cerrarse positivamente al final de la lectura, completando un todo. Ojalá haya logrado algo de lo que subrayo en esta respuesta.

¿Qué tan distinto te resulta el escribir una ficción a una crónica periodística o una crítica de cine?

Muy diferente. En la crítica uno escribe sobre la obra de un tercero, ya sea una crónica cinematográfica, sobre un artista plástico o un cantautor, Aquí, en la ficción, el escritor se desnuda frente al espejo y escribe lo que siente desde su “yo” interno, aunque suene muy psicoanalítico. Por supuesto que en la crítica siempre tiene ese costado subjetivo, imposible de eliminar, más allá que apelemos a un rigor neutro. Pero la creación literaria es totalmente personal y uno redacta desde la soledad a modo de exorcismo. Es difícil de explicar lo que uno siente cuando escribe, intentando reinventar el mundo que le rodea. Supongo que cada escritor tendrá una respuesta diferente para esos momentos de creación en solitario.

¿Seguís algún proceso creativo riguroso, o te guiás más por la inspiración del momento?

Es otra pregunta difícil de contestar. En principio puedo asegurar que no manejo métodos sino que, de vez en cuando, surgen ideas que voy manejando hasta llegar a un destino que me resulte claro. El rigor aparece en la elaboración del relato (por lo menos, eso intento), cuidando hasta el último detalle. Otra vez surge el tema de la intensidad, un desarrollo limpio y un final que se cierra sobre la totalidad del texto. Ahora, me parece importante señalar que, desde mi punto de vista, los cuentos no se “explican”. Uno llega a la historia y, a veces, la decodificación analítica resulta inútil porque el texto repercute en la que se ha denominado la inteligencia emocional. Por lo menos es lo que yo experimento cuando leo una obra que me sacude.

¿Se hace muy difícil el publicar un libro en Uruguay, contexto pandémico o no?

Me da la impresión que puede resultar un poco menos dificultoso que años anteriores pero aclaro que es una sensación particular que puede no coincidir con la realidad. Hay nuevas editoras independientes (como Ginkgo, que ha publicado mi libro “Infierno vacío”) que están abriendo camino. Puede ser que la dificultad esté en la distribución y difusión en las librerías donde se debe competir con best sellers que hacen a los horóscopos chinos, las recetas que elaboran cocineros mediáticos u otros textos de supuesta autoayuda, que están muy de moda de un tiempo a esta parte. Claro, una librería es un negocio que debe facturar y depende de la demanda de sus clientes. Pero, afortunadamente, Uruguay es un país lector por excelencia y existe una amplia clientela  que va desde textos que hacen a la historia reciente, pasando por autores de ficción de todas las nacionalidades y -por suerte- creo advertir una interés creciente por los escritores nacionales.

¿Desde cuando estará el libro en las librerías?

El libro ya está en las librerías, lo distribuye Escaramuza y verlo en las estanterías es otra gratificación que experimenta cualquier autor a la hora de finalizar su obra.


 

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Onetti, escritor rioplatense https://granizo.uy/2021/07/05/onetti-escritor-rioplatense/ https://granizo.uy/2021/07/05/onetti-escritor-rioplatense/#respond Mon, 05 Jul 2021 11:38:21 +0000 https://granizo.uy/?p=739

Por Alejandro Daniel Michelena

Capítulo del libro «Famosos con fundamento» (Editorial Arca, 2010), donde Michelena fundamenta desde su punto de vista la condición de Onetti de escritor rioplatense.

Onetti siempre reafirmó, a pesar de los años vividos fuera del país, su condición de uruguayo. Pero también es cierto que vivió muchísimos años en Buenos Aires, donde iba a escribir y a publicar tres novelas fundamentales, verdaderos mojones de su obra, como son «Tierra de nadie», «Para esta noche» y «La vida breve» (que ubican su acción en esa gran cosmópolis). Además escribió y publicó en la Argentina una exquisita nouvelle, «Los adioses», y muchos de sus cuentos más significativos.
Más allá de las peripecias vitales, puede ser interesante considerar qué rasgos nos permiten calificarlo como escritor “rioplatense” y no solamente “uruguayo”. Veamos sus temas, por ejemplo: «Los adioses» transcurren en un lugar de serranías del interior argentino, en Córdoba. Sus notables y decisivas novelas ya nombradas: en medio del entramado urbano de Buenos Aires. Y en «La vida breve» el personaje, Brausen, imagina una ciudad, Santa María. Esta localidad de provincia, ribereña de un gran río, está inspirada por las que bordean efectivamente el río Paraná. Pero más todavía: el propio escritor aclaró en más de una entrevista que el modelo para Santa María se lo dio la ciudad de Paraná, en la provincia de Entre Ríos. Toda la saga de Santa María, que abarca novelas como «Juntacadáveres» y «El Astillero» y unos cuantos relatos antológicos, tienen el marco –el clima, el aire, el color peculiar- de los parajes ribereños del Paraná. Por cierto: su primera novela –la mítica «El Pozo»- transcurre en Montevideo, y también una de las últimas: «Dejemos hablar al viento». Su obra arranca, y en cierto modo se cierra, en su ciudad de origen, que sin embargo no ocupó en absoluto un rol relevante en su vasta obra narrativa.
Naturalmente: un narrador de la dimensión de Onetti no se puede calibrar desde la ubicación geográfica de sus ficciones. Por eso, y profundizando un poco más, reparemos en algunos de sus referentes y en sus inquietudes literarias. Como buen uruguayo de clase media de su tiempo comenzó a escribir teniendo un sedimento educativo universalista, pero fiel a su camino personal –no intelectualizado y lejos de lo académico- creó su propio canon de lecturas. A William Faulkner lo ubicó en el primer lugar en sus preferencias porque fue quien le inspiró, con su saga novelística de Yoknapatawpha, la creación de su propio mundo creativo en torno a Santa María. Y el norteamericano marcaría también los rasgos, barrocos, de su estilo. ¿Pero, qué de sus contemporáneos, los cercanos?
Al todavía joven y casi desconocido Onetti le impactó la lectura de los cuentos de Jorge Luis Borges, a quien siempre tuvo entre sus referentes literarios; tal admiración no fue empañada siquiera por el mal resultado del único encuentro personal que tuvieron, en una confitería de la calle Corrientes, presentados por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. Trataba asiduamente en sus años porteños a Ernesto Sábato, y tenían buen diálogo más allá de las diferencias en sus obras, marcadas sin embargo filosóficamente por el existencialismo. Y mantenía un vivo interés en los aconteceres literarios de la gran ciudad.
El retorno del maestro
En Montevideo, cuyo ambiente cultural y literario había fustigado con lucidez desde el semanario Marcha en 1939 amparado en el seudónimo Periquito el Aguador, mantuvo en los cuarenta y comienzos de los cincuenta un magisterio lejano sobre un puñado de jóvenes –que luego conformarían, junto a otros, la Generación del 45- alimentado por viajes fugaces. Cuando retornó al Uruguay, ya bordeando los años sesenta era un escritor consagrado, un maestro para muchos y motivo de rechazo para otros (los más volcados hacia una literatura social o política), pero no participó de polémicas y agitaciones que entendía provincianas, y que no sentía que le incumbieran. Ahí surge justamente el mito onettiano del escritor solitario, algo misógino, escuchando tangos y bebiendo vino, entregado a su obra y al diálogo con jóvenes narradores talentosos pero alejados de las férreas capillas culturales. Con Mario Benedetti por ejemplo –el máximo exponente y paradigma de esa generación- lo único que lo unía en lo profundo era la terminación italiana de sus apellidos (más allá de la cordial relación personal que establecieron luego en Madrid).
En definitiva: sin negar su condición de uruguayo, Juan Carlos Onetti estuvo más vinculado en lo cultural a Buenos Aires, y ubicó en escenarios y climas argentinos la parte nuclear de su narrativa. Por eso es que afirmamos que fue un escritor rioplatense; porque lo sustancial de su obra interactúa con el corpus literario de las dos orillas, y no se explica en lo profundo sino vinculada a ese universo regional más que nacional.
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Se publicó «La bic de Dios» https://granizo.uy/2021/06/28/la-bic-de-dios/ https://granizo.uy/2021/06/28/la-bic-de-dios/#respond Mon, 28 Jun 2021 11:49:07 +0000 https://granizo.uy/?p=711

El escritor Fenando Villaba presenta su última novela

Crea un mundo narrativo completo y arduo, eléctrico, psiquiátrico, delirante, pero de una coherencia que abisma. Una escritura precisa, en ráfagas, en flashes, en diálogos sostenidos, intensos, con un extraordinaio sentido de la ironía y el ritmo visual, lleva adelante un tour de force gozoso, inesperado, divertido hasta la carcajadas

Una escritura precisa, en ráfagas, en flashes, en diálogos sostenidos, intensos, con un extraordinaio sentido de la ironía y el ritmo visual, lleva adelante un tour de force gozoso, inesperado, divertido hasta la carcajada, pero profundo hasta el pasmo, porque provoca inevitablemente una reflexión sobre la naturaleza de lo normal, de lo consuetudinario, de la mutación permanente de la esencia humana.

Gutiérrez, el protagonista, cree ser Dios y lo es en este mundo donde «no hay remedio certero para los dolores del alma», según a­rmó Machado de Assis, quien había escrito El alienista, ilustre antecedente y quizá provocación para esta obra frenética, exacta y deslumbrante de Villalba. Saúl, el doctor, tal vez el supremo sacerdote de Dios Gutiérrez, es víctima y verdugo a la vez, o­ciante del sacri­cio y terapeuta. Selva, Estela María, la doctora Claudia y Alina, forman parte de la galería de mujeres que son a la vez la base de la cura y la causa del trastorno. Una teología psicótica, un humor descacharrante, una melodía envolvente de locura y belleza se desarrolla en estas páginas.

FERNANDO VILLALBA
Montevideano, paulista y compostelano en alternancia, Fernando Villalba escribe novela, relatos, poesía y teatro. Fue ­nalista en el premio Planeta España por El pañuelo del Mago, recibió menciones en los premios Onetti (narrativa inédita) y en los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura (narrativa édita) por Nunca te duermas escuchando relatos de amor. Ganó el premio de monólogos teatrales del Centro Cultural de España en Uruguay, el premio de poesía María Eloísa García Lorca de la Unión de Escritores de España y eI concurso de poesía E por falar em Casa das Rosas de la Secretaría de Cultura del estado de San Pablo, y fue ­nalista en el premio internacional de poesía Jovellanos. Estudió narrativa, guion cinematográ­co y composición

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“Un diario sobre ruedas”, un libro sobre la accesibilidad https://granizo.uy/2021/06/15/un-diario-sobre-ruedas-un-libro-sobre-la-accesibilidad/ https://granizo.uy/2021/06/15/un-diario-sobre-ruedas-un-libro-sobre-la-accesibilidad/#respond Tue, 15 Jun 2021 11:02:10 +0000 https://granizo.uy/?p=665

Desde principios de este año podemos encontrarnos con la distribución gratuita de un libro muy especial

Su autor Sebastián Almeida, es usuario de una silla de ruedas a causa de una parálisis cerebral. En un taller de escritura de Espacio CANDI generó esta historia que fue publicada y se transformó en un texto imperdible.

¿Qué es “Un diario sobre ruedas”?

Creo que muestra una parte de la sociedad que la sociedad no ve, por eso yo lo recomendaría con muchas ganas. Es más que un libro.

¿Cómo fue el proceso de escritura?

En CANDI me ofrecieron el Taller de escritura colectiva porque soy una persona muy inquieta, me gusta hacer diferentes cosas, éramos muchos y se fue decantando. Con el profesor Joaquín Doldán fuimos buscando una forma de escribir y empezamos con un blog, tipo diario contando anécdotas del día a día y fue apareciendo una forma y un método, fuimos puliendo juntos, a mí me habría gustado escribir siempre pero nunca se había dado, íbamos a hacer unos pocos capítulos pero como pegamos buena onda y encontramos un método, esos 5 capítulos terminaron siendo 17 y se hecho seguimos porque estamos escribiendo la segunda temporada.

¿Qué sentís al escribir, ver que eso se trasformó en un libro y luego tener esa gran recepción del mismo?

Yo me quedé con ganas de seguir escribiendo, agarré un cuaderno en blanco que tenía y empecé a hacer relatos y son diferentes al libro, algo más de ficción, voy buscando diferentes imágenes, encontré algo que no sabía que tenía. A veces me servía para no pensar tanto, en la pandemia me daba por darle vueltas a todo y escribir me servía para enfocarme.

Ahora que la mencionás, ¿Cómo viviste la pandemia y cómo ves el futuro?

Al principio ni me levantaba de la cama. Hablaban de grupos de riesgo de personas mayores y nadie hablaba de la discapacidad, somos jóvenes en general y muchos están siempre en cuarentena o aislados del mundo. No poder ir a CANDI fue muy duro, pero me aferré al libro como te dije. Con Joaquín el profe escribimos por wasap. No pudimos presentar el libro en condiciones, sólo en un grupo chico, pero lo importante es que CANDI nunca paró sus clases y aprendimos a usar el modo virtual, nos fuimos adaptando bien. Me hizo bien la responsabilidad de terminar el libro y luego de seguir escribiendo.

Prólogo de “Un diario sobre ruedas”  (por Joaquín Doldan)

El taller de escritura colectiva que dictamos en Espacio CANDI tenía varios objetivos, escribir un mismo texto muchas personas al mismo tiempo, es un desafío a la cooperación, por la importancia del aporte de cada participante, es una forma de creatividad, es un desafío a la humildad, el resultado final era firmado por el taller, sin importar los egos. En ese grupo surgió una voz, alguien cuya visión logró generar una particularidad. Lo que en literatura se llama “tener una voz”, una forma de narrar y proponer los temas que decidimos buscarle un espacio propio. En la segunda etapa del taller seguimos con la visión colectiva, buscando un vehículo para esa voz, ejercitándola en formas de escribir, en estilos y formatos. Así surgió la idea de hacer un blog, un registro cotidiano, una bitácora. El sistema de escritura parece simple, como todo equilibrio una vez logrado, y se fue puliendo hasta lograr el objetivo. Mi función era sentarme a que Sebastián me dictara lo que quería escribir. Al segundo día ya no hacía falta proponer temas, ni formas de redactar. Sebastián escribía y corregía su propio texto cuando yo le leía el resultado del primer dictado. Así, entrada a entrada, día a día, palabra a palabra, se fue contando esta bitácora, imperdible, sincera, transparente, realista.

Sebastián es de esos escritores difíciles de encontrar, sin malabares literarios, sin trucos, llenos de verdad. Leerlo es un privilegio.  Conocer su inteligencia y sinceridad, un honor.

Facebook  https://www.facebook.com/Un-diario-sobre-ruedas

Arte de tapa del libro: Martín Maguna

Blog: https://unapersonausuariodeunasilladerudas.blogspot.com/?m=1

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Entre la rabia y la ternura: entrevista a Marcelo Rodríguez https://granizo.uy/2021/06/12/entre-la-rabia-y-la-ternura-entrevista-a-marcelo-rodriguez/ https://granizo.uy/2021/06/12/entre-la-rabia-y-la-ternura-entrevista-a-marcelo-rodriguez/#respond Sat, 12 Jun 2021 13:46:29 +0000 https://granizo.uy/?p=653

El escritor Marcelo Rodríguez presentó el libro “¿Quién dijo que no había poesía en el rocanrol? Placeres del Sado-Musiquismo o la tercera es la vencida en la carrera de Tabaré Rivero”

Este trabajo forma parte de la colección Vademécum, la serie que se propone dedicar cada libro a un disco clave de la música rioplatense y es editada por los sellos Perro Andaluz/La Edad de Oro en Montevideo y Buenos Aires.

Marcelo Rodríguez Arcidiaco nació en Santa Lucía, departamento de Canelones el 9 de enero de 1971. En 1989 se radicó en Montevideo. Tras titularse como profesor de Educación Física en 1993, volvió a las aulas en 1996, para estudiar Ciencias de la Comunicación, donde obtuvo el título de licenciado en el año 2001.
Actualmente se desempeña en la Intendencia de Montevideo, en las dos profesiones que ha elegido, docente comunicador. Y realiza una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República.
«Darnauchans. Entre el cuervo y el ángel», editado por Perro Andaluz, fue su primer trabajo bibliográfico.

¿Cómo surge la idea de hacer este libro?

El libro surge como respuesta al planteamiento de Ángel Atienza del sello Perro Andaluz, quien junto a La Edad de Oro de Argentina llevan adelante la colección Vademécum. Que inicialmente estaba enmarcado en editar libros sobre discos de ambos países. Yo había editado con Perro Andaluz la biografía Eduardo Darnauchans «Entre el cuervo y el ángel», en 2021 y Ángel pensó en mí para trabajar sobre un disco de La Tabaré, ya que con Tabaré Rivero me une una larga amistad.

¿Qué te motivó a elegir este disco de la Tabaré como «objeto de estudio»?

Particularmente por mucho tiempo ha sido mi disco preferido de la banda, también lo fue para Tabaré. Cuando conversamos, casi naturalmente coincidimos en que este tenía que ser el disco, por sus características, por el momento de su edición y por el momento en que transcurría la banda. Este no es solo un disco artísticamente interesante, sino que las historias que están detrás de él también lo son. No siempre coincide que una obra interesante tenga una historia interesante.

Ya desde el título hay una especie de «desafío» al lector —¿Quién dijo que no había poesía en el Rocanrol?— ¿Hubo esa intención?

Si hay algo que caracteriza a La Tabaré a la largo de su extensa carrera es el permanente desafío al escucha. El título pertenece a «Nuestra poética preciosa» una canción que integra el disco y creo que funciona como una certeza provocativa interesante. De todos modos, el nombre del libro es un mérito de Ángel, fue él quien lo propuso y a Tabaré y a mí nos pareció bárbaro.

¿Por qué creés que este disco es clave en el camino artístico de la banda?

Algo insinúa el título también, este tercer disco de La Tabaré fue un disco bisagra, bien podría haber sido el último. En esos pocos años que van de 1990 a 1993 la banda sufre un recambio casi permanente de músicos que hacen peligrar el proyecto y al final a partir de este tercer disco la banda termina consolidándose. Es por tanto un disco bastante conceptual, arriesgado, con mucho trabajo y muchos detalles de producción. La rabia y la ternura conviven naturalmente, es una postal de su tiempo y de la banda y confluyen todas las influencias que hacen a Tabaré uno de los artistas más singulares de nuestro país.

¿Y cómo entendés que se circunscribe a un momento tan particular del país y del rock nacional?

A principios de los noventa el rock había caído en bajón, las grandes bandas que conformaron la efervescente movida de los ochenta habían desaparecido, habían mutado o estaban en procesos un poco difusos. Buitres había sacado un par de discos con éxito esquivo, Los Traidores no se sabía si seguirían o no y de las bandas importantes de los ochenta solo quedaban La Tabaré y El Cuarteto de Nos. Había una movida más under que se focalizaba en Juntacadáveres, pero en ese momento era muy germinal y probablemente la banda más exitosa del rock uruguayo en ese momento fuera Níquel, pero no en el ambiente del rock más ortodoxo. Este disco será el primero de la vuelta del rock que había identificado a la generación de la década anterior, vuelve a nuclear a aquellos seguidores que habían quedado un poco huérfanos después de 1989. Creo que a partir de Placeres del Sado-musiquismo se inicia un nuevo florecer del rock que se verá consolidado con el tercer disco de Buitres, Maraviya en 1993, con Otra Navidad en las trincheras del Cuarteto de Nos en 1994 y con el desarrollo de bandas como La vela puerca, No te va gustar, Peyote Asesino y algunas otras que se consolidan en la segunda mitad de los 90. Tal vez el momento del rock se resuma en el comentario que me hizo Andrés Burghi, quien ingresó como batero de la banda en enero de 1992 en un toque en el pub Laberinto para no más de diez personas:  «Yo llegué a la fiesta cuando ya estaban barriendo y  no quedaba nada para tomar, llegué en ese momento, sin darme cuenta que estábamos barriendo para empezar una fiesta nueva.»

¿Cómo fue el proceso de trabajo del libro?

El proceso de trabajo fue muy disfrutable. La idea es que todos quienes tuvieron algo que ver con el disco fueran partícipes de este libro. Hay un cuerpo grande de entrevistas a todas las personas que formaron parte del disco, también sumé la opinión de Gustavo Goldman como musicólogo y amigo cercano de Daniel Maggiolo, quien fuera el responsable del sonido en vivo y de todo el trabajo en el estudio para este disco. A esto le sumé los recortes de prensa de la época y mucho material de archivo que aportó Tabaré. También conversé con Mauricio Ubal, como responsable del sello Ayuí que con la edición de este disco abrió las puertas del sello al rocanrol; con Oscar Pessano, que trabajó en el estudio junto a Maggiolo. En fin, hice una búsqueda exhaustiva para que ningún detalle quedara afuera. Me pareció interesante sumar la opinión de Diego Zas que escribió el libro “Los noventa: una década bisagra”, sobre La Tabaré, este disco y su tiempo. Se trata de un collage o una suerte de puzle donde fui buscando a quién tuviera fichas para aportar, para armar una imagen del disco y su tiempo con la mayor verosimilitud posible.

¿Y las entrevistas con los integrantes de la banda?

Las entrevistas con quienes integraron la banda y participaron del disco fueron muy interesantes. Yo no quería que fuera la visión del disco según Tabaré, si bien con él hicimos media docena de entrevistas y mantuvimos un contacto permanente durante todo el proceso, desde el principio decidimos que hablaríamos con todas las personas que formaron parte de la banda y salvo con Raquel Blatt, que nunca me respondió, el resto hizo su aporte a esta historia. Tuve dos largas charlas con Rudy Mentario, que lamentablemente a la postre fueron las últimas entrevistas que concedió, conversé con Alvin Pintos quien fuera el primer batero de La Tabaré y profesor de Andrés Burgui, me entreviste con Alejandra Wolf y  Andrea Davidovics quien escribió un precioso prólogo para el libro, tuvimos una entrevista grupal en la casa de Andrés Burghi con Tabaré y Pablo Reyes  y también sume la visión de Andrés Rega, quien a partir de la edición de este disco se convirtió por más de veinte años en el manager de la banda. Fue un proceso largo, metódico y sumamente disfrutable.

(*) Publicado en el semanario Voces

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Rodríguez Monegal por Hugo Fontana https://granizo.uy/2021/06/07/rodriguez-monegal-por-hugo-fontana/ https://granizo.uy/2021/06/07/rodriguez-monegal-por-hugo-fontana/#respond Mon, 07 Jun 2021 11:44:22 +0000 https://granizo.uy/?p=628 Este año se cumplen 100 años del nacimiento del crítico literario.

La figura del crítico literario Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) sigue provocando hasta hoy, a casi cuarenta años de su muerte, reñidas polémicas y acalorados debates. Integrante y tutor de la Generación del 45 uruguaya y guía teórico de los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana.

Considerado por Carlos Real de Azúa como “el más importante de nuestros jueces culturales”, y “el escritor uruguayo con más enemigos”, Rodríguez Monegal fue silenciado en nuestro país durante años, siendo víctima de aquello que Lisa Block de Behar ha caracterizado como la ejecución de una muerte nunca anunciada, una especie de “crimen perfecto” en el que no se menciona ni el crimen ni los victimarios ni sus víctimas, y el delito cuenta a su favor con el silencio, “con un silencio de muerte”.

“He vivido tantos vuelcos y vueltas desde mi nacimiento en la ciudad fronteriza de Melo que a veces pienso en mí como una combinación extraña de espectador y actor mirando una obra de la que simultáneamente soy crítico y realizador”, dijo Rodríguez Monegal en una entrevista de 1983. Y la conjunción de esos múltiples roles es acaso la forma más certera de acercarnos a su vida y a su obra, síntesis y símbolo de un país y de un tiempo.

Movida por una historia policial en la que un incierto biógrafo de  Rodríguez Monegal es asesinado en un pequeño hotel de la Ciudad Vieja, y abierta una investigación por un comisario, un par de periodistas y la viuda de la víctima, Hugo Fontana transforma esta novela en una excusa para adentrarse en la vasta obra del notable intelectual, que murió lejos de su país pero no sin antes despedirse de sus amigos más queridos y de sus rincones más amados.

Hugo Fontana (Canelones, 1955) Periodista y crítico literario, ha colaborado en numerosos medios de prensa. Sus investigaciones periodísticas publicadas son La piel del otro: la novela de Héctor Amodio Pérez (2001, 2002, 2012) e Historias robadas: Beto y Débora, dos anarquistas uruguayos (2003). De su poesía, destacamos: Las sombras, el sol (1977), La voluntad de mentir (1986) y El gallo incierto (plaqueta, 1988). En narrativa, publicó los libros de cuentos Liberen a Bakunin (1997), Las historias más tontas del mundo (2001), Oscuros perros (2001) y Quizás el domingo (2003); y las novelas El cazador (1992), Y bésame así (1996), El crimen de Toledo (1999), Veneno (2000, 2007), El príncipe del azafrán (2005), La última noche frente al río (2006), Un mundo sin cielo (2008, Premio Nacional de Literatura 2010) y El noir suburbano (HUM, 2009). La colección Cosecha Roja de Estuario editora publicó en 2013 su novela Barro y Rubí y el compilado de cuentos Desaparición de Susana Estévez (2015). Su mas reciente novela se titula El agua blanda (HUM, 2017).

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Entrevista a Fabián Severo https://granizo.uy/2021/05/26/entrevista-a-fabian-severo/ https://granizo.uy/2021/05/26/entrevista-a-fabian-severo/#respond Wed, 26 May 2021 16:18:17 +0000 https://granizo.uy/?p=278

Por Sergio Schvarz

No fue sino hasta los años 90 que dejó de mirarse al portuñol como una corrupción de la pureza del español, a caballo de un nacionalismo idiomático conservador sin embargo poco reacio a adoptar palabras de origen inglés (como antaño del francés) o avaladas por la Real Academia Española.

Si bien el primer antecedente directo podría ser la obra del poeta y narrador Saúl Ibargoyen Islas (Fronteras de Joaquim Coluna, por ejemplo, es de 1975, ubicada en la zona de frontera entre la ciudad de Rivera y Santana do Livramento, o bien las posteriores Soñar la muerte, de 1993 y Noches de espadas, de 2005), la obra Viralata del artiguense Fabián Severo, mereció el Premio Nacional de Literatura 2017 (su producción literaria es Viralata y Sepultura en narrativa, y Noite nu norte en poesía). Con esto parece querer nacer una nueva forma de ver nuestro idioma, más integradora, más realista, más diversa.

La frontera, que es una línea imaginaria, ¿es parte de la realidad? ¿O hay una zona difusa donde se conjuga y se compenetran dos formas de ver hasta ser casi una, la misma? ¿Cómo es la frontera durante la infancia?

La noción o la conciencia de frontera, lo que significa la frontera, yo la fui adquiriendo con el tiempo, y tuve que irme para ver la frontera desde otro lugar y para darme cuenta de todo lo que era. Cuando era niño —y voy a poner un ejemplo— en Artigas no se veían canales uruguayos, es decir que la televisión era brasilera. Íbamos a hacer el surtido y las compras a Quaraí, pero hablábamos en portuñol, en mi casa se habla en portuñol, en mi barrio también, pero no había una noción de la frontera como ese encuentro entre dos países. Es el lugar adonde a uno le tocó nacer y vivir, y uno lo vive naturalmente, no lo ve como algo raro, como un problema.

“Después, cuando me fui de Artigas, cuando me fui de la frontera, ahí empecé a sentir falta de ese encuentro de los dos países, que generan una forma de vivir, una forma de mirar el mundo, una música, un ritmo, un humor, una forma de hablar. Lo que más extraño cuando me fui de Artigas, fueron las palabras.

“Yo creo que hay varias fronteras. Hay una frontera que es la que yo me imagino cuando escribo, mi universo literario, que es ficticio; hay otra que es recuerdo, que también es ficticio, porque el recuerdo es una ficción, es el relato que uno se cuenta; y después las fronteras que intento entender, es decir sin caer en la idealización. A mí me parece que es un lugar riquísimo, un encuentro de dos culturas, de dos países, de dos lenguas, donde suceden cosas que no suceden en otros lugares. Y también es como ese lugar difícil, como ese lugar olvidado por la capital de Uruguay, y olvidado por la capital de Brasil.

“Yo siempre intento escribir tratando de explicarme esa dicotomía de vivir en un lugar que es tu lugar —cuando voy a la frontera siento que es mi lugar— pero a su vez esa sensación de haber vivido y haber crecido en el fin del mundo, sin librerías, sin teatro, sin cine, sin cafeterías, sin bares, sin universidades, y esa condena al exilio en que estamos muchos que somos del interior”.

Usted dijo, en una entrevista concedida en el año 2015, que: “Descubrí que necesitaba de la escritura para poder existir, para no morirme de tristeza, para acercarme al mundo que había dejado en la frontera, para darle forma a esos sonidos y silencios que escucho en mi cabeza”. ¿Sigue sintiendo de la misma forma o se han agregado otros elementos?

Yo escribo para poder existir, para poder decirme, para poder entenderme, para poder canalizar y poder expresar todo eso que siento, que veo. Es una válvula de escape, es una vacuna, algo que permite evadirse, escaparse, entenderse, porque la realidad abruma de tal manera que uno necesita inventarse un antídoto. Y en mi caso es una forma también de estar en mis palabras, en mis sonidos de la frontera. Es una forma de regresar a la frontera el escribir en unos sonidos, o intentar recrear, los sonidos parecidos a los sonidos de la frontera.

Yo escribo para no morirme de tristeza, en un mundo incomprensible, que se desarma, en donde uno, si no tiene un mínimo de sensibilidad, se convierte en un mundo abrumador. Y bueno, la escritura para mí es un refugio, allí uno puede sentir lo que quiere, expresarse como quiere, imaginar. Es decir, es como poner la vida entre paréntesis, alguien lo dijo. Y además, es una forma de guardar lo que uno ha perdido para siempre, es decir, si yo quiero recordar una mirada de Fabián de ocho años un día frente a la inundación, entonces lo escribo y es una forma de no perder (el recuerdo), o a las personas que uno ya no tiene. Entonces, uno las escribe y las puede visitar. Y es una forma de estar en los lugares a donde a mí me gustaría estar.

“Entonces yo escribo, mi universo literario es la frontera, es Artigas, es mi barrio, es mi casa, entonces yo regreso allí escribiendo. La escritura es una forma de sobrevivir. Yo creo que nosotros necesitamos decirnos, necesitamos encontrar nuestra voz y decirnos, algunos lo hacen a través de las redes, otros lo hacen a través de canciones, de cuadros. Mi forma de sobrevivir es a través de la escritura.

Escribo para poder existir, para poder entenderme, para poder ser el Fabián que me hubiera gustado ser”.

Del primer rechazo al portuñol, como si fuera casi una degeneración del idioma español, ha pasado a la tolerancia —“es algo que pasa allá lejos”—y, con la premiación de Viralata, se ha llegado a la aceptación del lenguaje utilizado. ¿Cómo ha sido ese camino según  su percepción? ¿Hay realmente un cambio de paradigma en torno al idioma español en nuestro país, de modo académico y no académico, que reoriente la discusión sobre el mismo, y le dé un carácter integrador?

A mí me ha tocado vivir situaciones que tal vez a otros escritores uruguayos no les haya tocado, que es el cuestionar constante sobre la lengua literaria que uno utiliza, y es justamente por el hecho de salirse de la norma, o no escribir en el español “uruguayo”. Es decir, ese intento de escribir en un portuñol literario me ha puesto en un lugar donde he tenido que explicar por qué tomo esas decisiones, y creo que a los otros escritores uruguayos nadie le pregunta —por lo menos las entrevistas que veo yo—, nadie le pregunta por qué escribís en español o por qué escribís así como escribís.

“Y a mí me ha tocado pasar por situaciones de rechazo, por situaciones de aceptación… Yo siempre lo digo, yo tengo la percepción, aunque en los papeles parecería que el lenguaje fronterizo, el portuñol o mixturado o como quieran decirle, tenga más aceptación, incluso en lo académico, en lo educativo, a mí me parece que todavía existe mucha discriminación lingüística. Pero eso habría que preguntarle a la gente que vive allá, en la frontera, porque la mía es una percepción de alguien que hace dieciséis años que se fue de allá, entonces es una percepción nada más.

“Lo que también digo es que la discriminación lingüística no la estudié en los libros, no la sufrí en Montevideo, no la sufrí en otros lugares. La discriminación lingüística la sufrí en la frontera, cuando era niño en la escuela, en el liceo, en algunos vecinos. Ahí sentí la discriminación por mi forma de hablar.

“Y después me sucede —y esto también es una percepción— que creo que lo que yo escribo puede tener mucho más aceptación fuera de la frontera que dentro de la frontera. Y eso tiene varios motivos, creo yo, o por lo menos he intentado explicármelo, pero tengo esa percepción o esa sensación. No sé cómo es recibido lo que yo escribo por los fronterizos, pero me parece que hay una aceptación mayor en otros departamentos, en otros lugares, incluso en otros países que en la propia frontera”.

El escribir en portuñol le ha dado la posibilidad de inventarse sus propias reglas, y por ello tiene mayor libertad al momento de hacerlo. ¿No cree que se esté poniendo el acento más en la forma del discurso literario más que en el fondo del mismo?

Es una pregunta muy interesante, porque es una de las cosas que más tiempo he dedicado a pensar. Primero, yo creo que sí, el portuñol me ha dado muchas posibilidades de inventarme un idioma literario —que yo creo que es lo que hacen todos los escritores, el español de Borges no es el español de Cortázar ni el español de Rulfo, ni el portugués de Guimarães Rosa es el de Jorge Amado—. Entonces, mi portuñol literario no es el de Chito de Mello, no es el de Saúl Ibargoyen Islas…

“Entonces, a mí me gustaría inventar mi propio idioma, el fabianés, pero a su vez también me ha sucedido, que en muchos casos la mayoría de las discusiones se centran en la forma y no tanto en el fondo. Y yo creo que son dos cosas, las dos caras de la moneda, las dos caras de un papel. No se puede desvincular una de la otra. La forma que está escrita Noite nu norte no es la misma forma que está escrita Viralata ni la forma en que está escrita Sepultura, porque el fondo requiere otra forma de escritura.

“A mí me ha tocado el hecho de participar de muchos encuentros donde la discusión es sobre el tema del portuñol —incluso hace poco salió una selección de escritores de narradores actuales uruguayos, donde me mencionan a mí, y dice: “Fabián Severo, que escribe en portuñol”, como si el mérito mío fuera escribir en portuñol.

“Mi deseo sería que no sólo importe la forma como lo escribo sino qué es lo que escribo, en la temática, en los tonos, el punto de vista, los personajes, el argumento, toda esa técnica literaria que uno trabaja cuando está creando una historia.

“Yo quisiera escribir una historia que merezca la pena existir, independiente de si está en portuñol, en español, en portugués. Entonces, sí, yo coincido, o tengo la sensación de que la mayoría de los análisis se centran en la forma como está escrito.

“A mí me pasó una vez —y lo he contado en alguna entrevista— que me preguntó un periodista, un periodista que parecería que no le gustaba mucho lo que yo hacía, y entonces me dice él: “¿y a vos te gusta la literatura en portuñol?”. Y yo le contesté con una pregunta: “¿y a usted le gusta la literatura en español?” Porque la lengua en la que está escrito no es un valor en sí mismo, no es un criterio para el valor estético.

“Esa pregunta es uno de los temas que más he pensado”.

Fondo y forma, y función de la literatura

Se nota en su escritura una cierta sensibilidad humana, de la misma manera que sus personajes son salidos del pueblo, seres simples con sus dramas personales a cuestas. ¿Es así? ¿Eso es consecuencia de una elección suya consciente, o serán que esos personajes encarnan con más fidelidad el lenguaje, el portuñol, que se utiliza?

Yo escribo sobre el universo que conozco, o sobre la pequeña parte fragmentada del mundo que conozco. Conozco la vida de la pobreza, de la humildad, del barrio periférico, de una zona alejada de todo, abandonada de todos. Ese es mi universo.

“Mi universo literario tiene una cuadra, cien metros, de largo, entonces yo dediqué  gran parte de mi infancia y de mi adolescencia a leer en la vida de mis vecinos, siempre me impactaron a mí las pequeñas tragedias cotidianas o la poética de esa vida de barrio, la poética en cómo mis vecinos contaban sus tragedias o sus alegrías, la forma en que lo contaban. Entonces yo escribo sobre eso, sobre el universo que conozco.

“Luego trabajo sobre eso, sobre esa especie de intimidad de la pobreza, la intimidad de la miseria, la intimidad del barrio periférico. Es decir, trabajo sobre los pequeños acontecimientos cotidianos, intento encontrar lo poético en los pequeños acontecimientos cotidianos. En esas pequeñas tragedias trato de escribir de sencillo, simple, es decir, trato de que las imágenes que yo construyo también sean con elementos de esos universos, de esos personajes; trato de no caer en un lenguaje literario que llame la atención sobre sí mismo, sino hacer un lenguaje que esté en función de la historia.

“Trabajo sobre esos elementos porque es el universo literario que a su vez me conmueve. Porque yo creo que hay algo después, que tiene que ver con el instinto, intuición. Hay cosas que uno no maneja de forma consciente, que es que a uno le conmueven unas cosas más que otras. Es decir, capaz que yo miro la tragedia de un multimillonario y no me conmueve, y sin embargo veo una tragedia de un vecino mío y me conmueve mucho más. Es decir hay algo ahí, intuitivo, instintivo, que tiene que ver justamente con eso, con el universo que conozco, que siento más próximo.

“Porque además, yo escribo sobre el pedazo de tierra que conozco, porque esos tipos humanos son con los que yo más conviví y más tiempo dediqué a estudiarlos. Yo no tengo muchos conocimientos literarios, porque no vengo de una familia lectora, no soy un gran lector, pero sí he dedicado mucho tiempo a observar y escuchar a mis vecinos, me he dedicado a leer a mis vecinos. Y por eso escribo sobre ellos”.

La literatura “debe innovar en su metodología” para democratizarla, para no hacerla un lujo. ¿Cómo es la educación actual en materia literaria? ¿Qué efectos y qué defectos ve?

Es un tema muy complejo el de la enseñanza literaria. La literatura debería ser de todos, la literatura es vital, por la posibilidad de narrarnos y de acercarnos a las narraciones. Porque es la única forma de generar empatía, de que vos puedas imaginarte cómo es vivir la vida del otro. La literatura te ayuda en eso.

“En este momento es crucial la importancia de la literatura en la vida nuestra. Porque nosotros nos vamos a encontrar a través de las palabras, nos vamos a narrar a nosotros mismos, nos vamos a narrar a los otros. Para poner un ejemplo: la identidad es una narración que uno se cuenta. Yo creo que soy así. El retrato que uno se hace, la biografía de uno es la narración que uno se cuenta, o que le cuenta al otro. Entonces, estamos en un momento en que la literatura es crucial.

“La literatura es un puente entre las personas. ¿Cuál es el problema? El problema es que haya una metodología de la enseñanza de la literatura que la transforme en un artefacto lujoso, en un ornamento como para colgar arriba de la estufa y que sea vistoso, como ornamento, como pasatiempo, y que a su vez que sea para pocos. Porque hay un terrorismo pedagógico, un terrorismo educativo —sobre todo en nuestro país hay muchas asignaturas que lo han aplicado— que es esa cosa de generar en el estudiante como ese terror hacia la asignatura, “que es muy difícil de aprenderla”, que bla bla bla, que es ese atemorizar al estudiante y que termina alejándolo de, en este caso, la literatura, o cualquier otra asignatura.

“El objetivo de la enseñanza literaria es habilitar el encuentro entre el estudiante y la obra literaria, entre la literatura y el estudiante, no es obstaculizar ese encuentro. Entonces puede haber una metodología que termine generando un efecto contrario, en vez de acercarte te termina alejando, porque utiliza un método de acercamiento a la literatura que la transforma casi en un ornamento, un lujo, para pocos, entre los que se encuentran los que defienden eso, porque los que dicen que la literatura es un lujo para pocos, ellos se encuentran entre esos pocos, que se consideran de la élite literaria.

“Es un tema muy complejo, yo lo resumo así, brevemente, pero es un tema para hablar largo y tendido, porque llevo veinte años como profesor de literatura, cuando tenía cinco años entré a un centro educativo y tengo cuarenta, o sea que hace treinta y cinco años que deambulo por los centros educativos como estudiante y como docente, entonces he hecho algunas anotaciones sobre ese tema que particularmente me preocupa mucho.

“Nosotros debemos habilitar el encuentro entre el estudiante y la obra literaria. Sí, debemos democratizarlo, debe sentir el estudiante que la literatura lo puede salvar, lo puede ayudar. El docente debe estar al lado de él, el estudiante, guiándolo en esta aproximación a la literatura, y no obstaculizándolo”.

Este tiempo de pandemia, ¿cree que será beneficioso para la literatura? ¿Cómo ha sido su experiencia de talleres presenciales y por zoom?

La pandemia es un escenario inédito para todos nosotros, para nuestros estudiantes y para los docentes. Yo creo que necesito unos cuantos años todavía para hacer la síntesis de lo que pasó, de lo que nos está pasando en este período. Ni todo es bueno, ni todo es malo, a mí no me gustan los extremos. Yo creo que la pandemia habilitó un acercamiento, una profundización en algunas herramientas de la tecnología y en internet para aproximarnos, y a su vez debilitó el hecho de que todos sentimos la falta de la presencialidad.

“Es un momento muy complejo, pero tengo ciertas percepciones. Por ejemplo: hay un mito dorado que hace parte de la condición humana desde los griegos hasta nosotros, que es que todo tiempo pasado siempre fue mejor. Es decir, hay como ese mito dorado, antes siempre fue mejor que ahora, y eso pasa también con la pandemia. Cuando perdemos la presencialidad todos empezamos a reclamar y recordar la presencialidad como ese lugar imprescindible. Nos hace falta el encuentro. Yo creo, firmemente, que la presencialidad es muy potente, es muy rica, pero tampoco idealizo el tiempo pasado.

“Es decir, la pregunta es, antes, cuando no había pandemia, cuando íbamos todos al liceo o a la escuela, ¿lo que se producía en el salón de clase era un verdadero encuentro o algunos estábamos ahí sin estar? Es decir, era sólo la presencia física pero sin estar íntegramente. Es un tema interesante.

“En mi caso personal, yo pasé todos mis talleres a zoom y encontramos una forma de trabajar por zoom, pero mis talleristas siguen reclamando la presencialidad, el encuentro, el cuerpo a cuerpo, el cara a cara.

“Y después, en cuanto a la escritura, creo que se creó un espacio propicio para la lectura y la escritura, esa cosa de la gente de tener más tiempo para estar en su casa. No creo que la lectura, o la literatura esté en nuestras prioridades actualmente”.

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Mercedes Barcha. Por Luis A. Fleitas https://granizo.uy/2021/03/19/mercedes-barcha-por-luis-a-fleitas/ https://granizo.uy/2021/03/19/mercedes-barcha-por-luis-a-fleitas/#respond Fri, 19 Mar 2021 21:35:00 +0000 https://granizo.uy/?p=729

Por Luis A. Fleitas Coya

18 de agosto de 2020. Martes. Leo noticias internacionales por Internet y me entero que hace tres días, el sábado 15, a sus 87 años, murió en ciudad de Méjico, Mercedes Barcha, la mujer de Gabriel García Márquez, la que fue vendiendo casi todo lo de la casa durante los catorce meses que duró la escritura de Cien años de soledad, a la que luego no le alcanzó la plata para despachar por correo toda la novela a Editorial Sudamericana en Buenos Aires por lo que ella y Gabo mandaron solo la mitad, la mujer del vestido verde del final de Vivir para contarla….

       Me entero tarde porque seguramente la noticia ha pasado casi desapercibida en nuestros medios de prensa que no distinguen entre una rapiña de mala muerte, las guarangadas de Cantando 2020,  y el destaque que se merecen las noticias de verdad. ¿Que el gran público no sabe quién es Mercedes Barcha? Parece mentira que los señores y señoras periodistas todavía no se hayan desayunado que justamente, no hay que dar por supuesta la ignorancia ni sublimarla, sino que por el contrario, hay que informar para instruir.

       Si Gabriel García Márquez fue un escritor extraordinario, Mercedes fue una mujer de  una serenidad, entereza, estoicidad y capacidad de sacrificio legendarias. Se bancó que el alucinado de su marido, en viaje de vacaciones en auto desde ciudad de Méjico hacia Acapulco con sus dos pequeños hijos, a mitad del trayecto sintiera súbitamente que había encontrado la forma de narrar una novela que llevaba años sin poder cuajar adecuadamente (que tenía por título provisorio La casa) y le dijera que se daban vuelta, que  no había vacaciones, que debía regresar para escribirla; que prendara el auto y le entregara el dinero para vivir durante los seis meses que iba a durar la escritura; que pasados los seis meses siguiera de largo con la escritura hasta completar un año y  más; y que se agotara el dinero y tuvieran que empezar a vender las cosas de la casa para poder subsistir, debiendo la carne, la leche y el pan.  Cuando ya debían  varios meses de alquiler, tuvo que enfrentar al propietario de la casa que le exigía el pago, y  convencerlo solo con sus artes de persuasión dándole la palabra de que cuando su marido terminara de escribir la novela, le pagarían.  Y  cuando finalmente Gabo terminó Cien años de soledad,  y fueron al correo a mandar el manuscrito a Editorial Sudamericana a Buenos Aires,  Mercedes contó el dinero y no les daba el dinero para  enviar todo el paquete por lo que solo despacharon la mitad.  Debieron regresar a vender el calentador sin el cual García Márquez no podía escribir pues para hacerlo no soportaba el frío, y el secador de pelo de Mercedes, para poder reunir el resto de dinero para enviar la otra mitad. 

         Entonces, y solo entonces, luego de remitida la novela por completo, a la salida del correo, fue que Mercedes, ya al límite de sus fuerzas y de la bronca acumulada, le estampó al escritor: “Ahora solo falta que la novela sea mala”.

         

         Hasta parece irreal que hayamos sido contemporáneos, que mientras nosotros vivíamos nuestras vidas, Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha vivían la suya, respiraban la misma atmósfera y pisaban el mismo suelo planetario. Luego el Gabo murió en el 2014, Mercedes continuó viviendo sola y sobrevivió aún seis años más hasta este aciago sábado en que su vida se ha apagado.  Claro que durante décadas y décadas íbamos teniendo alguna que otra noticia aislada suya, noticias que se fueron haciendo cada vez más espaciadas a raíz de que García Márquez dejara de publicar nuevos libros y la vejez se le viniera encima inexorable, encerrado en su casa mejicana. En la década del sesenta en la fotos en que aparecen junto a otros escritores y sus parejas, Mercedes era una bella morocha de piel aceitunada y pelo lacio y negro; ya cuando el Premio Nobel en el 82 se había convertido en una mujer de cara mucho más redonda, con un exceso de peso que fueron confirmando las décadas siguientes, hasta las fotos tomadas en Aracataca cuando la última visita del matrimonio al pueblo de la infancia del escritor en el año 2007, en la que aparecen él ya con cara de desconcierto abrumado por la pérdida de memoria que seguramente  le asediaba de manera irremediable, y ella, por el contrario, exuberante, curiosa y …bastante obesa. 

           Ahora Mercedes Barcha también ha muerto, y las notas de prensa internacionales traen ráfagas de lo que fue su vida, y  muy escuetas alusiones de sus acciones, de su forma de ser y de pensar. Cuentan datos biográficos, anécdotas, su significado y su importancia en la vida del escritor, así como su carácter de gran amor de éste, simplificación periodística que todo lo reduce  a  sentimentalismo de telenovela.  El mismo novelista dejó huellas desperdigadas sobre ese amor. Pese a deberle su abnegación, dedicación y sacrificio para que finalmente a mediados de junio de 1965 pudiera sentarse a escribir Cien años de soledad durante el agónico año y pico lleno de privaciones que duró su invención,  sin embargo  no se la dedicó a ella sino a dos amigos Jomí García Ascot y María Luisa Elío.  Se dice que ya le había dedicado Los funerales de la Mamá Grande de 1961 con el críptico “Al cocodrilo sagrado”, pero lo cierto es que con su nombre recién casi veinte años después  le dedicó  El amor en los tiempos del cólera de 1985, una novela que paradójicamente, por fuera de la dilatada y postergada consumación de los amores entre Fermina Daza y Florentino Ariza, contiene un fenomenal catálogo de aventuras y desventuras amatorias y eróticas de todo calibre de un mujeriego descomunal, que bien puede sospecharse  que encubriera un alter ego del mismo autor.  Al punto que en el reportaje de Plinio Apuleyo Mendoza, El olor de la guayaba de 1982,  García Márquez llegó a contar que era la propia Mercedes la que le elegía los mejores lugares en los restaurantes para que él  observara mujeres.

         La autobiografía Vivir para contarla de Gabriel García Márquez tiene un hermoso final con esa visión fugaz desde el taxi que lo llevaba  al aeropuerto de Barranquilla en 1955 para tomar el avión rumbo a Europa a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes en Ginebra, de una Mercedes Barcha esbelta y lejana, con su vestido verde con encajes dorados,  sentada en el porche de su casa, como si fuera una ensoñación, y la carta que el autor le escribe ya en el avión para despachársela en la primera escala en el aeropuerto de Montego Bay (Ed. Sudamericana, 1ª. ed. 2002, págs. 578-579).  En el mismo libro, el autor cuenta que la conoció en Sucre cuando bailó con ella en los tres bailes que dio Cayetano Gentile (inspirador del Santiago  Nasar de Crónica de una muerte anunciada), y que encandilado por su sigilo  en el segundo de los bailes le propuso matrimonio, a lo que ella le contestó: “Mi papá dice que todavía no nació el príncipe  que se va a casar conmigo” (idem págs. 282-283). Entonces ella tenía trece años, él le llevaba siete años de diferencia, y  recién la volvió a encontrar cinco años después, ya en Barranquilla;  allí Mercedes aceptó  ir  a un baile el domingo siguiente, en el cual  trató con tal ironía y  habilidad escurridiza al entonces joven periodista que éste continuó adelante con sus propuestas,  y culmina su remembranza con una forma de entendimiento casi  mágica: “desde aquel día, terminamos por inventarnos un código personal con el cual nos entendíamos  sin decirnos nada, y aún sin vernos” (idem, págs. 457 a 459).   Bellísima forma de explicar ese vínculo tan único entre dos personas;  bellas páginas todas. Aunque solo siete en un frondoso volumen de quinientas setenta y nueve.  Al fin y al cabo los recordados pasajes sobre  Nigromanta ocupan otro tanto. 

         Tal vez Del amor y otros demonios, -ese extraño libro de 1994, cuyo mayor valor está en el genial prólogo de solo tres páginas del propio García Márquez, pero que luego se desvanece en un embelecado argumento poblado de autoridades eclesiásticas, monjas, y rancios prejuicios y obsesiones demoníacas en el Convento de Santa Clara de Cartagena de Indias-, contenga pasajes cifrados en la pasión no consumada entre  Cayetano Delaura de 36 años y Sierva María de Todos los Ángeles de 12, de los amores secretos entre la adolescente Mercedes y el joven Gabo,  un período del que nada se sabe, pero del que García Márquez sugiere en su autobiografía que era “el secreto mejor guardado en los primeros veinte siglos de la cristiandad” (Vivir… pág. 458).

        En El amor en los tiempos del cólera  dio una visión bastante desconcertante del matrimonio, como un sistema cambiante y lleno de balbuceos y zozobras, con proporciones inciertas de amor, desconfianza y cotidianos desafíos y confrontaciones. En El olor de la guayaba ya había adelantado similar opinión: que el matrimonio como la vida era algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar todos los días desde el principio de forma agotadora, pero que valía la pena.   Al mismo tiempo aclara que a Mercedes solo la ha podido nombrar en dos libros, Cien años de soledadCrónica de una muerte anunciada, “con su nombre propio y su identidad de boticaria”, no como un personaje imaginario porque la ha llegado a conocer tanto que ya no sabe como es en realidad. Lo confirma una vez más en el cierre del reportaje cuando Plinio Apuleyo Mendoza le pregunta cuál es el personaje más sorprendente que ha conocido, y el gran Gabo contesta: “Mercedes, mi esposa”.

        Es el mejor García Márquez, el más inspirado, el más sorprendente, el de sus obras maestras Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada, sus memorables libros de cuentos Los funerales de la Mamá Grande y La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, y sus grandes reportajes, Relato de un náufrago o De viaje por Europa del Este.  No tanto el de El otoño del patriarca o El amor en los tiempos del cólera,  novelas con sus luces y sus sombras, al igual que Doce cuentos peregrinos, y mucho menos el de sus obras menores como la ya citada Del amor y otros demonios, El general en su laberinto, Noticias de un secuestro, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile,  o la decadente Memoria de mis putas tristes. Sin olvidar, claro está, el valor de sus primeras obras La mala hora y La hojarasca.

         Con Mercedes, Gabriel García Márquez dejó atrás el desorden de  sus precariedades y  bohemias, se consolidó como hombre y como escritor y creó una familia con sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, de los que  manifestó su orgullo, y que retrató en los dos niños protagonistas de El verano feliz de la señora Forbes de Doce cuentos peregrinos de 1992, en el que con magistral humor hace que el mayor, desde cuyo punto de vista se narra la historia, refiera a su padre como “un escritor del Caribe con más ínfulas que talento” y con tales delirios como para contratarles una institutriz alemana, a diferencia de su madre que siempre siguió siendo tan humilde como cuando era una maestra errante por la alta Guajira.  Y es por cierto, lo que se sabe Mercedes,  que fue siempre esa mujer sencilla y discreta, que no hacía declaraciones ni daba entrevistas; lo que  está fuera de toda duda es su  importancia para que Gabo diera el formidable salto de Cien años de soledad, y quizás de lo más trascendente de su obra.  

          Mientras celebramos a Mercedes Barcha, todos esos libros, todas esas historias, todos esos personajes –los José Arcadio y Aureliano Buendía, Úrsula Iguarán, Melquíades, Amaranta Úrsula, Remedios la bella, Santiago Nasar y su madre Plácida Linero intérprete de sueños, Ángela Vicario, la niña y su madre en el viaje en tren en La siesta del martes, el coronel y su esposa que no tienen qué comer, la mítica María Alejandrina Cervantes  y un larguísimo etcétera de no acabar-,  vuelven a encenderse incandescentes iluminando la vorágine de la vida diaria.  Recordar a Mercedes y reencontrarse con ellos es como encontrarse con un viejo sueño caminando por la calle; como si de la realidad saltara y viniera a nuestro encuentro algo imposible, algo que ya fue y que nos ha abandonado. Sus formas nos son familiares, sus rasgos o aspectos también; conservan cierto encanto de lo que fue y de lo que aún nos seduce, que pervive en nosotros en otra impronta, algo mucho más sutil y más nuestro.  Como si salieran de pronto de las penumbras y nos alcanzaran, sueños y  realidad entrelazados en una superposición cuántica. Es el milagro de la literatura, nuestra más íntima forma de sentir que  seguimos siendo nosotros mismos.

        Chau Mercedes.    

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Un montón de música en libros https://granizo.uy/2021/02/18/lecturas-de-verano/ https://granizo.uy/2021/02/18/lecturas-de-verano/#respond Thu, 18 Feb 2021 19:03:21 +0000 https://granizo.uy/?p=196
Perro Andaluz ediciones acaba de publicar una serie de trabajos que, desde distintas plumas y miradas, aborda diferentes fenómenos musicales. Y así lo presenta.

 
“¿Quién dijo que no había poesía en el rocanrol? Placeres del sado-musiquismo o la tercera es la vencida en la carrera de Tabaré Rivero”. De Marcelo Rodríguez
«Placeres del sado-musiquismo» que consolidó a La Tabaré, es el momento bisagra de la banda, porque era este disco o no ser más. Andrea Davidovics. El efímero reino del cassette iba llegando a su fin en el Uruguay de comienzos de los noventa. Placeres del Sado-musiquismo, tercer opus de La Tabaré, inicialmente editado en ese formato, se erige como uno de los grandes referentes del rock uruguayo de la época y consolida una idea y una banda que necesitaba el reconocimiento a un trabajo constante e inscripto en un momento de incertidumbre del proyecto mismo. Con este libro Marcelo Rodríguez nos sumerge en el paso a paso del arduo trabajo de congeniar músicos y voces, tarea que Tabaré Rivero sabe llevar a buen puerto, no solo en este disco. Su dilatada carrera lo transforma en un ícono de la música popular uruguaya y un excelente director que le permite conseguir el mejor resultado para exponer toda su creatividad y mantener su rebeldía intacta.
Dice Andrea Davidovics en el prólogo: “Toda historia es parcial hasta que se juntan las partes que sostienen los protagonistas de la historia y los testigos de la misma. Marcelo tuvo la valentía, el rigor y la delicadeza y el amor necesarios para hacer el trabajo de investigación y las entrevistas de un momento muy particular de La Tabaré. Mi grata sorpresa es, que además de ser un certero repaso de los primeros años de la banda y sus primeros discos, este libro es la crónica de una creación. «Placeres del sadomusiquismo» consolidó a La Tabaré, es el momento bisagra de la banda, porque era este disco o no ser más. Mi participación en “Placeres…” fue eso, una participación como invitada especial, sin la presión de tener que replicarlo en vivo; mi relación con este disco fue tangencial , la despedida, sin alharacas, ni discos solistas en el horizonte, un alivio. Es uno de los mejores discos de la banda y tengo el honor de estar en él. Yo tenía y tengo la vivencia de haber pertenecido a La Tabaré, algo que es intransferible. Pero incompleto. Este libro llena huecos de esa historia. Todo se alineó para que treinta y cinco años después de aquel Teatro Circular, la banda siga en pie y festeje su madurez. Te propongo que leas este libro con el disco al lado y lo vayas escuchando a medida que se desgrana la crónica. Porque si algo le faltaba a ese discazo era este libro.”
“Homenaje a la memoria de Pedro Machín a 100 años de su nacimiento”, de Laura M. Álvarez 
  
No se halla en todos los caminos –por los que pasan como pájaros errantes– artistas, hombres, con tan profundas e ingénitas cualidades de músico, como Pedro Machín… Es el auténtico representante del legendario guitarrero gaucho, que sorprendió al silencioso auditorio, cuando cambió una lanza o un sable por una guitarra… Después de oír a este músico, acrisolado y pulido, uno empieza a creer que el arte es un pájaro loco que vuela sin rumbo y posa en cualquier lugar remoto, de tierra adentro, para tocar con su varita mágica al más humilde de los seres, y decirle: Levántate y anda. Wenceslao Varela
Pedro Machín: cuánto te estamos debiendo / por haber sembrado tantos / corazones guitarreros! / Paisano entre los paisanos / paisano entre los puebleros / vienes de esa estirpe noble / de los hermanos labriegos / que fecundaron la tierra / con sacrificios y sueños. / Machín, tu primer maestro / de solfeo ha sido el viento / o el arpegio inolvidable / de la lluvia sobre un techo / de paja, en el rancho-nido / donde tus ojos se abrieron. / MAESTRO PEDRO MACHÍN: / cuánto te estamos debiendo / por haber sembrado tantos / corazones guitarreros! Luis Ramón Igarzábal
“Trovadoras africanas. Guardianas de la tradición”, de Laura M. Álvarez
Trovadoras africanas: guardianas de la tradición se muestra como un custodio indispensable de un conocimiento oral que, como ha sucedido en otras latitudes, ha dejado de transmitirse de generación en generación. No es fácil encontrar publicaciones en lengua española que aúnen el trabajo de campo con el conocimiento de los estudios dedicados a las griottes, a quienes todavía no se ha dedicado toda la atención que merecen.
Por todo ello, la monografía de Machín Álvarez es de interés no solo en el campo de los estudios africanos, sino también para todos aquellos que desean profundizar en la tradición oral en cualquiera de sus manifestaciones.
A pesar de la notoriedad de muchas griottes en el medio sociocultural y artístico en el África occidental, las investigaciones sobre ellas no son numerosas. La profesión de estas trovadoras, versadas en el canto repentista, es hereditaria. Este estudio, realizado en Casamance al sur de Senegal, incluye varias entrevistas a cantoras profesionales de la etnia mandinga como también grabaciones de sus cantos, ofreciendo el análisis del oficio y del contenido de sus textos
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