• 15 de noviembre de 2024 4:37 PM

Jorge Costigliolo y su libro sobre los Redondos

Un buen ejercicio de nostalgia

El periodista y escritor Jorge Costigliolo acaba de presentar el libro “Lunáticos viajantes. Las andanzas de los Redondos en Uruguay”. Se trata de un trabajo que, basado en testimonios, material de prensa y documentos de la época, reconstruye el estrecho vínculo de la legendaria banda con nuestro país

El periodista y escritor Jorge Costigliolo acaba de presentar el libro “Lunáticos viajantes. Las andanzas de los Redondos en Uruguay”. Se trata de un trabajo que, basado en testimonios, material de prensa y documentos de la época, reconstruye el estrecho vínculo de la legendaria banda con nuestro país

¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?

La idea fue de Joaquín Otero, mi editor en Ediciones B, que en la primavera de 2020 me llamó y me dijo “che, el próximo abril se cumplen 20 años de los shows de los Redondos en el Estadio. ¿Cómo estás para escribir algo?”. Y le dije que sí enseguida. Lo bueno —o lo malo— de la propuesta fue que me dio casi una carta blanca para que hiciera lo que me pareciera. Lo malo, digo, porque qué decir de los Redondos que no se haya dicho.

¿Qué objetivos te planteaste?

Esto tiene mucha relación con la pregunta anterior. Creo que el primer objetivo que me planteé fue por la negación: no iba a hacer la Historia Oficial de los Redondos en Uruguay, pero tampoco quería que fuera un artículo ampliado de Wikipedia. Sabía, sí, por un lado, que tenía que tener un componente cronológico, y yo quería, además, contar historias. Entonces, además de plantearme hablar con los protagonistas, busqué también que aparecieran personas que, en algún momento de su quehacer, se hubieran relacionado con la banda. Así El Bigote López, Raquel Diana y Jorge Bonelli, Pulga Pavlovich, Juan D’Oliveira.

¿Estabas pensando en el público «ricotero» o apuntaste «más allá», hacia un lector que quizá no supiera tanto de los Redondos?

No. Eso es interesante. Traté de escribir algo que me hubiera gustado leer a mí. Supongo que no soy el mejor juez de mi obra, así que me guardo la opinión sobre el resultado, pero el libro no está enfocado en un público “ricotero”. Sí, tal vez, puede ser más disfrutable para quien sienta alguna complicidad con lo escrito, pero ahí también hay otros detalles, además de los Redondos. Está el Uruguay de la post dictadura, el periodismo de rock, personajes que hoy son famosos y que tal vez nadie les imaginaría un pasado rockero. Y hay también una reconstrucción del pasado que, para quien lo vivió, puede servir como un ejercicio de nostalgia, y para quien no, como una aproximación a los hechos. No olvidemos que hay mucho fan de los Redondos, el Indio y, en menor medida, Skay, que hoy no llega a los 40: haber vivido alguna de las situaciones que se cuentan en el libro es poco menos que improbable.

¿Cómo fue el proceso de reconstruir las andanzas de la banda en Uruguay?

Tenía algunas pistas. Había ido a verlos en sus tres primeras visitas al país, sabía que el Ajo Núñez había sido, en parte, el mentor de esos desembarcos, que Aldo Silva estuvo involucrado, que Gustavo Rey había tenido un mano a mano memorable con el Indio. A partir de esos indicios fui llamando, preguntando. Uno te decía que no podías dejar de hablar con el otro, y así. Por otro lado, Tabaré Couto me dio algunos datos importantísimos. Y después, por supuesto, horas con el culo en la silla, leyendo revistas, entrando a todos los foros ricoteros habidos y por haber, gugleando barbaridades, molestando a los amigos con preguntas tontas. Luego, el libro casi se fue armando solo.

¿Cómo entendés que es la relación de la banda con el público uruguayo?

En el caso de los Redondos, con las salvedades del caso, la relación con el público uruguayo es casi un espejo del otro lado del Plata. Por supuesto que el Uruguay, el hermano menor tímido y comedido de la Argentina, es tal vez un poco menos extremo en sus demostraciones de afecto. Y, desde el lado de la banda para sus seguidores locales, no sé si no es la mejor, en términos de cariño y respeto. El público uruguayo tiene fama de exigente —imaginate cómo serán los otros—, por lo que, además de un negocio, creo que tocar en Montevideo, para los Redondos, era como un test, un banco de pruebas. No está mal ser el metro patrón de una de las propuestas musicales de habla hispana más importantes e interesantes del último medio siglo.

¿Cuál ha sido tu propia experiencia artística con los Redondos?

Yo cuento en el libro que me topé con los Redondos siendo muy chico, a los 13 años, y desde ese momento, y de eso hace mucho, se me cruzan o nos tropezamos cada tanto. Siempre —pero siempre— me cautivó ese rocanrol de guitarras filosas y lírica pendenciera. De ellos aprendí a entender que se puede pop (pocas bandas argentinas son tan pop como los Redondos), sin dejar de ser rockeros, y a exigirle a los artistas que, para pararse en un escenario, grabar un disco, sonar en la radio, tuvieran algo que decir. Y lo dijeran bien. Creo que no hay un artista rioplatense “inspirado” en los Redondos que no dé lástima en sus letras. Eso habla muy bien del Indio, por supuesto, pero también muy mal de quienes lo emularon.

En el proceso de hacer el libro, ¿hubo detalles que te resultaron curiosos o novedosos?

Lo más curioso fue que, gente que fue parte de los mismos sucesos, confundiera las fechas, los acontecimientos. Incluso yo había olvidado por completo el segundo concierto del Palacio Peñarol, y traté, durante semanas, de refutar su existencia. Por suerte, una tarde, mientras lavaba los platos, me cayó la ficha y recordé todo. Ya lo dicen los Redondos: “el mejor testigo se puede contradecir”. Y hubo otros hallazgos, sí. Encuentros o reencuentros con gente querida y admirada, historias que preferí no contar porque eran muy íntimas, y otras que sí.

¿Qué le aportaron a tu trabajo los recuerdos y testimonios de los entrevistados?

Todo. Casi todo el libro está sustentado en recuerdos (que mienten un poco) y testimonios. Es más: (fui a la cocina a comer una mandarina y pensar esta respuesta) tu pregunta me da, por fin, una definición del libro. No es de historia, es testimonial.
Para mí, a quien, en todo sentido, la conversación alimenta y da de comer, esos aportes fueron enormes. Para este libro, para el que haré mañana, para todo lo que sea fruto de mi modesta inteligencia y talento. El público lector, que es quien verdaderamente importa (y digo esto sin demagogia) será quien evalúe la importancia de ese aporte. Algunos lectores ya me han dicho que tal o cual protagonista se les mostró en una nueva dimensión, o que lo dijo Fulano los movió a prestar atención a Mengano. Si este libro sirve para generar diálogos nuevos, no me queda más que agradecer a quienes los permitieron.

¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?

La idea fue de Joaquín Otero, mi editor en Ediciones B, que en la primavera de 2020 me llamó y me dijo “che, el próximo abril se cumplen 20 años de los shows de los Redondos en el Estadio. ¿Cómo estás para escribir algo?”. Y le dije que sí enseguida. Lo bueno —o lo malo— de la propuesta fue que me dio casi una carta blanca para que hiciera lo que me pareciera. Lo malo, digo, porque qué decir de los Redondos que no se haya dicho.

¿Qué objetivos te planteaste?

Esto tiene mucha relación con la pregunta anterior. Creo que el primer objetivo que me planteé fue por la negación: no iba a hacer la Historia Oficial de los Redondos en Uruguay, pero tampoco quería que fuera un artículo ampliado de Wikipedia. Sabía, sí, por un lado, que tenía que tener un componente cronológico, y yo quería, además, contar historias. Entonces, además de plantearme hablar con los protagonistas, busqué también que aparecieran personas que, en algún momento de su quehacer, se hubieran relacionado con la banda. Así El Bigote López, Raquel Diana y Jorge Bonelli, Pulga Pavlovich, Juan D’Oliveira.

¿Estabas pensando en el público «ricotero» o apuntaste «más allá», hacia un lector que quizá no supiera tanto de los Redondos?

No. Eso es interesante. Traté de escribir algo que me hubiera gustado leer a mí. Supongo que no soy el mejor juez de mi obra, así que me guardo la opinión sobre el resultado, pero el libro no está enfocado en un público “ricotero”. Sí, tal vez, puede ser más disfrutable para quien sienta alguna complicidad con lo escrito, pero ahí también hay otros detalles, además de los Redondos. Está el Uruguay de la post dictadura, el periodismo de rock, personajes que hoy son famosos y que tal vez nadie les imaginaría un pasado rockero. Y hay también una reconstrucción del pasado que, para quien lo vivió, puede servir como un ejercicio de nostalgia, y para quien no, como una aproximación a los hechos. No olvidemos que hay mucho fan de los Redondos, el Indio y, en menor medida, Skay, que hoy no llega a los 40: haber vivido alguna de las situaciones que se cuentan en el libro es poco menos que improbable.

¿Cómo fue el proceso de reconstruir las andanzas de la banda en Uruguay?

Tenía algunas pistas. Había ido a verlos en sus tres primeras visitas al país, sabía que el Ajo Núñez había sido, en parte, el mentor de esos desembarcos, que Aldo Silva estuvo involucrado, que Gustavo Rey había tenido un mano a mano memorable con el Indio. A partir de esos indicios fui llamando, preguntando. Uno te decía que no podías dejar de hablar con el otro, y así. Por otro lado, Tabaré Couto me dio algunos datos importantísimos. Y después, por supuesto, horas con el culo en la silla, leyendo revistas, entrando a todos los foros ricoteros habidos y por haber, gugleando barbaridades, molestando a los amigos con preguntas tontas. Luego, el libro casi se fue armando solo.

¿Cómo entendés que es la relación de la banda con el público uruguayo?

En el caso de los Redondos, con las salvedades del caso, la relación con el público uruguayo es casi un espejo del otro lado del Plata. Por supuesto que el Uruguay, el hermano menor tímido y comedido de la Argentina, es tal vez un poco menos extremo en sus demostraciones de afecto. Y, desde el lado de la banda para sus seguidores locales, no sé si no es la mejor, en términos de cariño y respeto. El público uruguayo tiene fama de exigente —imaginate cómo serán los otros—, por lo que, además de un negocio, creo que tocar en Montevideo, para los Redondos, era como un test, un banco de pruebas. No está mal ser el metro patrón de una de las propuestas musicales de habla hispana más importantes e interesantes del último medio siglo.

¿Cuál ha sido tu propia experiencia artística con los Redondos?

Yo cuento en el libro que me topé con los Redondos siendo muy chico, a los 13 años, y desde ese momento, y de eso hace mucho, se me cruzan o nos tropezamos cada tanto. Siempre —pero siempre— me cautivó ese rocanrol de guitarras filosas y lírica pendenciera. De ellos aprendí a entender que se puede pop (pocas bandas argentinas son tan pop como los Redondos), sin dejar de ser rockeros, y a exigirle a los artistas que, para pararse en un escenario, grabar un disco, sonar en la radio, tuvieran algo que decir. Y lo dijeran bien. Creo que no hay un artista rioplatense “inspirado” en los Redondos que no dé lástima en sus letras. Eso habla muy bien del Indio, por supuesto, pero también muy mal de quienes lo emularon.

En el proceso de hacer el libro, ¿hubo detalles que te resultaron curiosos o novedosos?

Lo más curioso fue que, gente que fue parte de los mismos sucesos, confundiera las fechas, los acontecimientos. Incluso yo había olvidado por completo el segundo concierto del Palacio Peñarol, y traté, durante semanas, de refutar su existencia. Por suerte, una tarde, mientras lavaba los platos, me cayó la ficha y recordé todo. Ya lo dicen los Redondos: “el mejor testigo se puede contradecir”. Y hubo otros hallazgos, sí. Encuentros o reencuentros con gente querida y admirada, historias que preferí no contar porque eran muy íntimas, y otras que sí.

¿Qué le aportaron a tu trabajo los recuerdos y testimonios de los entrevistados?

Todo. Casi todo el libro está sustentado en recuerdos (que mienten un poco) y testimonios. Es más: (fui a la cocina a comer una mandarina y pensar esta respuesta) tu pregunta me da, por fin, una definición del libro. No es de historia, es testimonial.
Para mí, a quien, en todo sentido, la conversación alimenta y da de comer, esos aportes fueron enormes. Para este libro, para el que haré mañana, para todo lo que sea fruto de mi modesta inteligencia y talento. El público lector, que es quien verdaderamente importa (y digo esto sin demagogia) será quien evalúe la importancia de ese aporte. Algunos lectores ya me han dicho que tal o cual protagonista se les mostró en una nueva dimensión, o que lo dijo Fulano los movió a prestar atención a Mengano. Si este libro sirve para generar diálogos nuevos, no me queda más que agradecer a quienes los permitieron.