Por Andrea Bertino
Un recuerdo en primera persona del Festival que marcó y cambió la música uruguaya.
En teoría me iba a ir en tren pero no llegué a sacar los pasajes. Entonces me colé (aunque pagué) en un ómnibus de estudiantes de Economía, que a pesar que yo estudiaba Derecho fueron buena onda y nos dejaron a mis dos amigas y a mi subir. Llegamos a Durazno como a las ocho de la noche, ya había empezado el show de la primera noche. Era un sábado de octubre de 2003 y el mundo del rock iba a cambiar para siempre. Todo iba a ser un festival de rock uruguayo que, junto con las bandas de cumbia estilo Mayonesa y Chocolate, estaban explotando. Fue el boom de la música nacional, quizá un poco acentuado por la negrura luego de la crisis del 2002. Todo parecía renacer. La cerveza Pilsen no es especialmente la más rica del mercado (disculpen la autoreferencia pero realmente no me gusta) pero hay que reconocerle la buena prensa y las brillantes campañas de marketing que ha hecho. Y el Pilsen Rock, además de ser el evento multitudinario más importante de la historia del rock en Uruguay, fue el punto de partida de Pilsen como “la cerveza uruguaya”. Este show fue una iniciativa del comunicador Kairo Herrera y el contratista Claudio Picerno y superó todo y a todos. El parque de la Hispanidad, donde se hizo el evento, reunió a más de 100.000 personas en su primera edición, una absoluta locura si pensamos que en Durazno viven 30.000 personas. Sí, se había casi cuadruplicado la población en horas.
Cuando llegamos armamos la carpa bajo lluvia en el camping de Durazno y nos fuimos al show. Estaba tocando Trotsky y cerró Buitres, en el mejor show que ví en mi vida de ellos. Ya estábamos embarrados y con altos niveles de alcohol en sangre; como todos. Se imaginan: una montevideana algo de barrio pero también un poco nena de mamá, que ni sabía que en Durazno había edificios, en medio de ese gentío pero realmente sintiendo eso de “libertad”. No logro recordar específicamente si los shows fueron “buenos” pero si logro recordar vívidamente la atmósfera que había: amistad. Parecía impensado que entre toda esa cantidad de gente que había desbordado el departamento, mal dormida, mal comida, sin lugar donde quedarse y borracha, reinara la calma. Pero sí. Y no era una tensa calma. Era una calma real, una cuestión de “somos todos lo mismo”. No teníamos para comer, a los vendedores y carritos se les había terminado todo. Terminé comiendo (real) recortes de pan de molde en una plaza que amablemente nos donó una panadería; creo que al ver nuestro estado.
Uruguay salía de una de las peores crisis de su historia, causada por los mismos buitres de siempre. Veníamos de años grises, feos, crudos. Todos necesitábamos un Pilsen Rock. Volver a sentir que no éramos una piedrita una vez más hundiéndose en el barro de América Latina. En el 2003 yo tenía 22 años y habíamos vivido las razzias de Lacalle Herrera en los 90 para después comernos el 2002. Vi a mis viejos llorar porque no tenían un mango, vi amigos irse del país, vi a Uruguay casi morir. Y esto, a pesar de que fue un simple festival de rock, nos revivió. Necesitábamos ese grito: “No era cierto” de NTVG se volvió un himno de los que se iban porque no había alternativa acá, “El viejo” de La Vela retrataba a los marginados, “Maldición” de Once Tiros le cantaba al hastío y el disco “Caída libre” de La Trampa se convertía en el soundtrack de la peor película de ese vetusto Uruguay.
Fue literalmente un éxodo hacia Durazno, de campings improvisados en patios y rincones, de lugareños amables y cálidos que nos dejaban pasar a los baños de sus casas como si fuéramos sus nietos. Fue una necesidad emocional donde los jóvenes poscrisis exorcizamos miedo, asco y rabia. Fue el primer festival uruguayo de rock tan grande pero ciertamente no se confiaba tanto en qué podían dar los artistas uruguayos, por eso contrataron a La Renga para no hacer agua. Y explotó y superó todo. Se derribaron mitos y fantasmas, acerca de los jóvenes y del mismo rock. Y en los años siguientes ya no se necesitó más nada. Parecía que Uruguay se había despertado.
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