Por Hugo Indart
Para ubicarlo en el tiempo y en el espacio, recordemos que Abel Fleury nació en Dolores, en la provincia de Buenos Aires, el 5 de abril de 1903 y murió en Buenos Aires el 9 de agosto de 1958.
El mundo de la guitarra es de una inmensa riqueza. Ese instrumento, que de inmediato sugiere un ámbito intimista y genera la idea de un profundo y confidente diálogo entre él y quien lo pulsa, tiene, sin embargo, alcances insospechados. Además de ser “el atormentado madero que me acompaña” –como decía Osiris, el amigo entrañable de quien estimula sus cuerdas, es un instrumento de enormes posibilidades; quienes han llegado a conocerlo en profundidad lo han definido como una orquesta en miniatura, tal como lo demuestra la riquísima y variada paleta de sus timbres.
Por lo tanto, esa “pequeña orquesta”, para alcanzar su plenitud, exige un verdadero talento de quien la abraza. Hoy, la evocación nos lleva al encuentro de una de esas muestras de genialidad, un nombre mayúsculo, responsable de dejar, para la historia, una guitarra inolvidable:
Abel Fleury
De su vida
Para ubicarlo en el tiempo y en el espacio, recordemos que Abel Fleury nació en Dolores, en la provincia de Buenos Aires, el 5 de abril de 1903 y murió en Buenos Aires el 9 de agosto de 1958.
Un hogar humilde –su madre, Juana Peón era de oficio planchadora, y su padre, Eduardo Fleury, panadero– fue su respaldo primero para el respeto y la orientación ante su vocación. Se cuenta que, de niño, quedó cautivado cuando un día, de manera casual, escuchó por primera vez una guitarra, y, cuando pudo acceder al instrumento, fue su madre quien le indicó los primeros pasos por medio de acordes y arpegios de milonga y estilo; sin saberlo, se estaban poniendo los cimientos de lo que sería la columna vertebral de la obra de este músico, puesto que –no obstante abordar exitosamente otros géneros– todo aquello popular, y especialmente de raíz folklórica, fue el signo –o más propiamente el sino– de su creación.
Con todo aquello a lo que podía echar mano, el naciente guitarrista fue sumando conocimientos técnicos a su natural capacidad, y, en sus años mozos, comenzó a presentarse en público realizando, incluso, alguna gira artística por el interior de la Provincia, hasta que, a comienzos de la década del ´30, llegó a Buenos Aires, con el desafío que significaba la capital pero, también, con el rico mundo de posibilidades que se le abría.
La escena teatral contó con el aporte de su música. El siempre recordado recitador criollo Fernando Ochoa le propuso el respaldo de su guitarra para el clima que los textos exigían. Esta integración a los espectáculos teatrales lo va a marcar en su carrera, puesto que, no solo se repetirá, sino que lo llevará a concretar propuestas con aquel formato de fin de fiesta, tan común en la época y al que estamos acostumbrados a la hora de historiar el tango.
Paralelamente, se van dando otras definiciones en su vida artística. Se suceden las presentaciones como solista y organiza, además, el llamativo formato de conjuntos de guitarras, integrados por muchos instrumentistas; los llamados escuadrones de guitarras.
Es importante tener claro que, en su condición de solista, abordaba, frecuentemente, temas altamente representativos del clasicismo en el género. Así, y evocando autores, encontramos la presencia de creadores que marcaron la historia del instrumento –frecuentes en el repertorio de figuras de la talla de Andrés Segovia–, como son, entre otros, Fernando Sor o Francisco Tárrega –máximos representantes de la escuela guitarrística en el mundo–, o el genial brasileño Héctor Villa Lobos, así como las transcripciones de verdaderas cumbres en la historia de la música, como Mozart, Bach o Albéniz. Es evidente que la capacidad de Fleury le permitía abordar la música, a este nivel, con toda solvencia.
En el desarrollo de su carrera varios países de América recibieron al guitarrista, disfrutando de su arte, así como diferentes centros europeos.
De sus dos uniones sentimentales nacieron cuatro hijos; con su primera esposa tuvieron –única hija– a Zulema, quien también fue la única descendiente que siguió el mismo camino artístico de su padre, y fue quien resolvió donar al museo de Dolores la guitarra de Abel.
Su legado
Su obra –como creador y como ejecutante– es una de las más firmes demostraciones de que la música es una sola, y se entra en un terreno difícil cuando se intenta definir los perfiles que diferencian lo popular de lo académico, culto o clásico.
Precisamente su formación académica le permite –entre otras cosas– escribir (sí, subrayamos el concepto) aquello que surge de su inspiración, haciendo posible que cualquier guitarrista –siempre que sepa leer una partitura– pueda interpretar la obra tal como la pensó el autor. Ponemos el acento en este aspecto porque, en el llamado campo popular, es común encontrar la ejecución de esos creadores intuitivos, que nos hacen escuchar algún tema conmovedor pero que, si no queda escrito, lleva a cualquier otro intérprete que intente abordarlo, a una visión exclusivamente personal, que puede ser muy valiosa, pero que puede perder respecto a la autenticidad de la intención que quiso trasmitir el autor. La propuesta personal de cada intérprete es una realidad, se ha dicho que siempre es una re-creación, pero lo deseable es que parta de un conocimiento exacto de lo que pensó el autor.
Fleury, afortunadamente, escribió todas esas piezas que el paso del tiempo ha reafirmado como verdaderas joyas; así se han convertido, también, en material de estudio para las escuelas de guitarra.
Dentro de su producción hay un título que tiene mucho que ver con esto que estamos comentando y con el hecho de que su figura sea recordada en ámbitos tangueros. Hay una milonga (la preferida de quien esto escribe) que se llama Milongueo del ayer. Por supuesto que está escrita, cualquier guitarrista puede acceder a la partitura, pero con un valor agregado; Fleury escribió, también, la segunda guitarra, estableciendo así un complemento tan perfecto de la primera que aumenta la belleza de la pieza en sí.
Y ya está dicha la palabra: milonga. Aquí aparece uno de los nexos entre este artista y el mundo del tango. Todos sabemos el protagonismo de este ritmo en la historia de la música rioplatense; está en la esencia misma del género y vive toda su gesta. Aún a riesgo de una actitud reiterativa, es imposible evitar la evocación de aquella imagen de Zitarrosa en su “Milonga madre”; “…sé que una tarde en un tango te pude oír, tarareándolo”.
Entre las milongas memorables de Fleury, podemos pensar en Te vas milonga, A flor de llanto, Ausencia, o De sobrepaso.
Pero antes de poner la mirada en otros de sus temas, y ya que estamos hablando de tango, recordemos que una de sus formaciones contó con la participación de Sebastián Piana y Pedro Maffia. También pasaron, por sus agrupaciones instrumentales, figuras como Julio Vivas –el guitarrista de Gardel– y nada menos que Roberto Grela, quien se ha encargado, en diferentes reportajes, de manifestar su admiración por ese verdadero Maestro, a quien le debe todo lo que sabe. También supo estar a su lado Ubaldo De Lío.
Otro perfil propio del guitarrista que, enraizado en el sentir popular, maneja conocimientos académicos, es la posibilidad de realizar arreglos para el instrumento, transcripciones de piezas que originariamente son concebidas para otros instrumentos y que pasan, entonces, a poder ser ejecutadas en la guitarra. Una muestra formidable de esto es el arreglo de Fleury del tango de Fernán Silva Valdés y Juan de Dios Filiberto “Clavel del aire”.
Dentro de su obra, y pensando en otros ritmos, cabe destacar la presencia del estilo, forma musical muy frecuentada por Gardel en sus comienzos. Uno de los más hermosos, de gran riqueza en su estructura, es el Estilo pampeano. La partitura está dedicada a Fernando Ochoa, en clara muestra de reconocimiento y gratitud por el respaldo brindado en sus comienzos.
Otra verdadera perlita es El tostao, estilo que alude al caballo de ese pelaje y que en el comienzo –en tiempo de milonga, como indica la partitura– evoca claramente el trote del animal; la parte de aire lento luce una profunda belleza melódica.
En su obra hay danzas, como La firmeza o El cuando; un hermosísimo pericón llamado Pájaros en el monte; un malambo de gran fuerza llamado Mudanzas, entre otras formas musicales; y sus partituras tienen el sello personal de una dedicatoria (no es solo en el caso del Estilo pampeano). Es así que, cuando abrimos la página de su Cifra, nos emocionamos al ver que está dedicada al gran guitarrista compatriota Julio Martínez Oyanguren.
El recuerdo de Martínez Oyanguren nos hace pensar en la excelencia de la escuela guitarrística uruguaya. Dentro de ella hay un nombre que cuenta con la mayor admiración, que genera un inusual reconocimiento mundial: Abel Carlevaro.
Esta primera figura de la guitarra uruguaya grabó, en el año 1965, y con el seudónimo de Vicente Vallejos, un disco (el entrañable vinilo) llamado “La guitarra de oro del folklore”. Entre otros autores, Carlevaro se dedica a Fleury, y deja registrados cinco de sus temas: Milongueo del ayer, Estilo pampeano, El tostao, De sobrepaso y Preludio criollo. Demás está decir el nivel de excelencia de estas interpretaciones, pero es oportuno destacar el hecho de que, al igual que Fleury, con Carlevaro también estamos ante un artista que complica la famosa división entre “clásico” y “popular”. Una breve frase en la contratapa del disco hace puntería en este asunto. “…se hacía necesario romper con la división tan marcada entre el folklore y lo que suelen titular “clásico”. Un pecado por desconocimiento.”
Otro vinilo siempre presente, editado en el año 1972, llamado “Guitarras en el tiempo”, une al autor e intérprete Abel Fleury con otro gigante del mundo guitarrístico: Atahualpa Yupanqui. En una cara del disco hay seis interpretaciones de Atahualpa y en la otra faz seis composiciones de Fleury interpretadas por él mismo; Pájaros en el monte, Sobretarde, Ausencia, Vidalita, Estilo pampeano y Mudanzas. Imperdible.
Y ya que hemos evocado a Atahualpa, vamos a despedirnos con parte de su poesía en la que alude, precisamente, a esa comunión, a ese diálogo entre el hombre y el instrumento.
Y paso las madrugadas
buscando un rayo de luz;
por qué la noche es tan larga
guitarra, dímelo tú.
Grabaciones
Dejó pocas placas grabadas, no llegan a 10 discos de pasta 78 r.p.m. los cuales fueron regrabados en vinilo. Unos figuran en el larga duración denominado «Guitarras en el Tiempo», de un lado hay grabaciones de Atahualpa Yupanqui y del otro de Abel Fleury.
Existe otro larga duración «Queridos ausentes del folklore», contiene grabaciones de distintas figuras del género, entre ellas hay dos temas interpretados por Fleury, son Relato (preludio criollo) de su autoría y Clavel del aire (canción porteña) de Juan de Dios Filiberto.
Transcripciones
Fleury transcribió para guitarra las siguientes obras: Moto Perpetuo op. 1l, de Nicolás Paganini, para una o dos guitarras; Los Estudios del Chiquito, de Honorio Siccardi; Pájaro Campana, galopa de Félix Pérez Cardozo; Pena Mulata, milonga de Sebastián Piana; Clavel del aire, canción porteña de Juan de Dios Filiberto; Suite en La para Guitarra, de Leopoldo Silvio Weiss.
Composiciones para canto
Camino del recuerdo y Cruzando tu olvido, con letra de Lauro Viana, con este autor también compuso Pico Blanco; Brindis de Sangre, tango criollo con letra de José R. Suárez; Alma en pena, canción criolla con letra de Claudio Martínez Payva.
Obras editadas para guitarra
Son treinta composiciones.
Para canto y piano
Alma en pena y Soliloquio (canciones criollas).
Publicaciones referidas a Abel Fleury
«Abel Fleury, El poeta de la Guitarra», fásciculo de Héctor García Martínez, con fotografías de época, comentarios y programas de actuaciones.
«Abel Fleury» – Biografía, de Gaspar L. Astarita, con comentarios y fotografías de época.
Tanguedia es una publicación cultural de Tango y Ciudad del Río de la Plata / Segunda época.